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Por Darío D Atri
Buenos Aires (Corresponsalía) > El gobierno,
eso quiere decir Néstor Kirchner, ve cada vez más despejado
el camino hacia el triunfo en las presidenciales de octubre del 2007,
sin embargo, hay una larguísimo listado de vicisitudes que
pueden embarrarle la cancha en los principales distritos provinciales.
Faltan trece meses para los comicios que seguramente le darán
la reelección a Kirchner, pero el calendario electoral se ha
desdoblado de tal forma que restan apenas 60 días para que
arranque el duro año de elecciones, comenzando por las internas
para consagrar candidatos en Entre Ríos, donde se elige gobernador
en marzo próximo. De allí en más, no habrá
un minuto de descanso, en un raid de internas y comicios locales que
seriamente pueden cambiar el panorama por ahora triunfalista que imagina
el gobierno nacional.
Ocurre que, mientras todas las encuestas muestran un Néstor
Kirchner que cruzará cómodo la meta del 50% de los votos
en las presidenciales, desde los distritos más pequeños
hasta los poderosos Buenos Aires, Capital Federal, Córdoba
y Santa Fe se refleja hoy un entramado de candidatos que buscan congraciarse
con la Casa Rosada, tejidos superpuestos de internas y una tendencia
creciente al robo de dirigentes, sobre todo desde el kirchnerismo
hacia botines buscados en el radicalismo.
Justamente a ese entuerto dedicó el presidente buena parte
de su tiempo en la Nueva York de decenas de presidentes, convocados
para la Asamblea Anual de Naciones Unidas. En los lobbies de los hoteles,
camino a las reuniones con inversores, y en las caminatas del presidente
con la populosa comitiva que viajó en el jet rentado a Aerolíneas
Argentinas, el tema único y excluyente fue el armado político
con que el kirchnerismo dará pelea en las elecciones provinciales.
La conclusión, por ahora, es cualquier cosa menos una estrategia
clara y definida para el oficialismo. En el principal distrito electoral,
la provincia de Buenos Aires, no sabe el oficialismo si Felipe Solá
logrará convencer a la Suprema Corte para que lo habilite a
presentarse a un nuevo mandato, lo cual activa todas las conjeturas
a favor de José Pampuro, Aníbal Fernández y,
sobre todo, Cristina Kirchner y aún Alicia Kirchner. En Santa
Fe, en donde todo indica que el socialista Binner alcanzará
el sillón de la gobernación, el oficialismo mete presión
sobre Carlos Reutemann, quién vuelve a jugar a las escondidas
y despeja alguna esperanza para Rafael Bielsa, precandidato autoproclamado
y con muy lejanas chances de dar pelea cierta al socialismo.
Tierra adentro de la General Paz, nada es seguro salvo la inseguridad
electoral. Atemorizado el presidente por el impacto que podría
tener en las presidenciales una derrota en la principal vidriera política
de la Argentina, hoy por hoy no sabe el oficialismo qué hacer
para evitar que siga creciendo el peso del macrismo, mientras Jorge
Telerman, jefe de gobierno de la ciudad amenaza ya sin mediatintas
con ser él el candidato a la reelección, con o sin acuerdo
de la Casa Rosada. ¿Alternativas a Telerman? En Balcarce 50
sólo tienen al vicepresidente Daniel Scioli, que mide bien
en las encuestas, y que podría mostrar un perfil de centro
casi delaruista, para una sociedad porteña que nunca conjugó
con el peronismo.
En Córdoba no hay huella clara sobre el destino final que pueda
tomar el presidente, quien confiesa a sus íntimos que desconfía
del intendente capitalino, Luis Juez, mientras juega a la guerra de
las señales políticas con el gobernador De La Sota,
que por ahora está jugado por su candidato Schiaretti, pero
sabe que las encuestas no le son benévolas al ex hombre de
confianza de Domingo Cavallo.
Además de ese panorama, enmarcado por un intento sostenido
del kirchnerismo por atraer a su redil a cuanto radical descontento
haya y así evitar el riesgo de que terminen abrevando en el
lavagnismo neoduhaldista y neoalfonsinista, el gobierno nacional tiene
por delante un escenario también complicado en los distritos
más pequeños, como La Rioja, Chaco o Catamarca. Complicado
porque desde que asumió el poder Kirchner juega a todas las
puntas, estrategia con la que ha ido logrando, al mismo tiempo, un
abanico de posibilidades como el riesgo enorme del desbande en cuanto
tome la decisión de apoyar a alguno de los hasta ahora pre-pre-pre-candidatos.
El tiempo, como en una ecuación de la teoría de la relatividad,
comienza curvarse para un presidente que adora tejer y destejer en
política e internas, pero que encuentra frente a sí
un escenario en el que trece meses dejaron de ser un largo tiempo
hasta las presidenciales, para transformarse en el riesgo concreto
de un largo vía crucis de elecciones adelantadas que bien pueden
salpicar, en caso de resultados adversos, el sueño de ganar
las presidenciales a lo largo de toda la línea, incluyendo
gobernaciones, intendencias, bancas para el Parlamento y concejalías.
Inversiones y tiempo electoral
Con ese mapa de entuertos de política en muchos casos chiquita,
barrial, Kirchner transitó las calles de Nueva York munido
de un discurso procapitalista extraño para aquellos que suelen
comprar esa faceta casi populista del presidente en sus apariciones
públicas locales, pero que no se contradice con la realidad
de su manejo de la economía nacional. Dureza y ortodoxia fiscal,
seriedad monetaria, poco o nada de intervencionismo en regulación
de mercados y acatamiento casi sin peros de las condiciones económicas
que la convertibilidad heredó al mundo de los negocios.
Sin embargo, lo verdaderamente novedoso fue el denodado esfuerzo por
mostrarse en la Meca del capitalismo, Wall Street, como un devoto
de la religión del dinero: “Volvimos de donde nunca debimos
habernos ido”, dijo.
Más allá de algún rastro de sobreactuación,
ese convencimiento deja en evidencia un dato que el presidente conoce
mejor que nadie, aunque no lo reconocerá jamás en público:
la economía, piedra basal de su éxito en la ponderación
popular, está definitivamente en falta en cuanto a inversiones
directas extranjeras, que le permitan imaginar un segundo período
de gobierno cobijado bajo el calor del crecimiento sostenido.
Ese mix de internas y entretejidos preelectorales inagotables, al
tiempo de una gestión que en lo económico conducirá
inevitablemente hacia el sendero de un manejo más relajado
de la caja, producto de las necesidades electorales, dejó en
Estados Unidos una imagen del presidente cuanto menos ambigua, beneficiada
por un lado por las confecciones de devoción capitalista, pero
jaqueada por ahora por las heridas claras de desconfianza que han
dejado tres años de gestión discursivamente hostil hacia
las empresas y el dinero.
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