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Por Darío D Atri ¿Tienen
razón esas críticas? o ¿responden sólo
a una ortodoxia económica ubicada en las antípodas de
la heterodoxia?
Buenos Aires (Corresponsalía) > Néstor
Kirchner prepara para la semana que comienza un desembarco clave en
Nueva York, en donde en el marco de la Asamblea General de Naciones
Unidas pretenderá levantar su imagen entre grandes financistas
y hombres de negocios de Wall Street. Hace semanas que trabajan la
Casa Rosada, la embajada en Washington y, sobre todo, el cónsul
argentino en Nueva York, Héctor Timmerman, para que la presencia
de Kirchner no pase desapercibida entre tantas limusinas con jefes
de estado de todo el planeta a bordo.
La realidad, sin embargo, parece marchar por el carril opuesto; el
de un momento particularmente inhóspito para la Argentina ante
el contexto internacional, y en el cual sobresalen las continuas críticas
de los más poderosos contra el programa económico kirchnerista.
A las inconfundibles señales de fastidio emanadas desde Washington
diez días atrás, cuando se trató el otorgamiento
de un crédito menor para la Argentina por parte del Banco Interamericano
de Desarrollo (BID) y Estados Unidos se opuso, se suman ahora las
desmesuradas críticas del titular del Fondo Monetario, Rodrigo
Ratto, y de Charles Dallara, titular del ortodoxo Instituto Internacional
de Finanzas, una asociación que piensa y habla por los grandes
bancos del mundo.
En todos los casos apuntan sobre el modelo económico de la
Argentina, aunque paradójicamente reconocen el crecimiento
espectacular de la economía del país. Desde un escenario
claramente ideológico, responden a las posturas muchas veces
sobreactuadas de Kirchner y su ministra de Economía contra
el rol actual del FMI y el Banco Mundial con munición pesada
que apunta, sobre todo, al talón de Aquiles de la inflación.
Dicen los poderosos, que la Argentina se equivoca con su política
de control de precios, que el modelo actual va camino a la explosión
inflacionaria y que debería ya enfriarse la economía.
En pocas palabras, un exacto manual de lo que Kirchner rechaza de
plano.
Las preguntas que surgen son, en consecuencia, muchas y de respuesta
escurridiza: ¿tienen razón esas críticas?, ¿responden
sólo a una ortodoxia económica ubicada en las antípodas
de la heterodoxia K?, ¿buscan esos discursos obligar a la Argentina
a negociar con los bonistas que no aceptaron el canje de deuda y con
el Club de París?, ¿perjudican tanto como parece las
chances de nuestro país de ganar mayor participación
en los flujos de inversiones extranjeras directas?, ¿pueden
esas críticas lograr algún cambio de rumbo en la política
económica del presidente?
El manual y la realidad
La mayoría de los analistas independientes que el viernes se
enteraron del “desencuentro” que impidió la reunión
agendada entre Rodrigo Ratto y Felisa Miceli en Singapur, sede de
la Asamblea del FMI, leyeron ese dato mientras digerían los
números de un Presupuesto 2007 que, subestimaciones de crecimiento
y recaudación al margen, muestra para el año próximo
una economía tan o más hiperactiva que la de estos tres
años kirchneristas, con un gasto público que no para
de crecer.
Si Kirchner buscaba un dato que significara un corte de manga a los
retos fondomonetaristas, el Presupuesto 2007 (y lo que no dice ese
proyecto de ley: el crecimiento será mayor, la recaudación
será mayor, el gasto será mayor y la economía
seguirá sobre un tren bala) es lo indicado.
Sin embargo, las críticas de Ratto tienen algo más que
un componente de discusión ideológica que busca plantar
bandera ante la cruzada anti FMI de la Argentina y otros países
de la región. Se trata en el corto plazo de una “ayudita”
más para embarrar la cancha al presidente Kirchner en su visita
a Nueva York, al tiempo que ratifica lo que hoy piensan los grandes
de los negocios: el modelo argentino no les gusta, es más,
lo aborrecen.
Ratto y Dallara son dos voces muy molestas, pero permiten ver qué
lejos ha quedado la Argentina de la ponderación internacional.
Es algo que muchos podrán asumir como una ventaja, pero que
en un mundo globalizado debería, a priori, generar la más
pragmática de las preocupaciones: ¿podemos vivir contra
la corriente?
Hay datos, por ejemplo el que muestra que las exportaciones argentinas
siguen estancadas en el 0.4% de las exportaciones globales, que tienden
a mostrar que los costos de esa actitud guerrera que muchas veces
ha parecido guiar la política exterior kirchnerista son tangibles,
concretos y nocivos. No son pocos los economistas y analistas no ortodoxos,
algunos hasta simpatizantes de la gestión K, que creen que
Argentina está perdiendo una gran ventana de oportunidades
que le ofrece el contexto global e interno.
La discusión con Ratto sobre los controles de precios, la necesidad
o no de enfriar la economía y el aumento del gasto público
no es una pelea trascendente en términos de actores en disputa,
lo que importa es ver detrás de los chispazos discursivos para
intentar responder a la pregunta sobre los costos de mediano plazo
que puedan estar gestándose por una nueva ortodoxia económica,
la de la heterodoxia ciertamente paternalista del presidente Néstor
Kirchner en el manejo de la economía argentina.
Es cierto que el FMI aplica el manual de economía y desde ese
lugar critica sin miramientos a la Argentina, pero tal vez la Casa
Rosada debería admitir que hay ciertas cuestiones claves de
ese manual que hay que respetar.
Inflación y elecciones
El gobierno nacional logró en seis meses con un plan de control
de precios parciales controlar las expectativas inflacionarias.
Ese dato exitoso lo reconocen aún los economistas más
críticos del gobierno. Aún así, la realidad muestra
que la necesidad imperiosa para el 2006 y electoralista para el 2007
de sofrenar la inflación vía acuerdos autoritarios de
precios, en un contexto de una política fiscal y monetaria
expansiva, corre el riesgo de transformarse en el mediano plazo en
una olla a presión que dinamite lo que hoy parecen ser, para
el gobierno, bases sólidas de un modelo de crecimiento.
El presidente se muestra impenetrable a esas advertencias, y profundiza
un modelo tentador a la hora de imaginar las urnas rebosantes, pero
muy peligroso en el plazo intermedio. A las empresas, la estrategia
de control de precios vía llamados furtivos del Secretario
de Comercio Interior a reuniones coercitivas citadas a las 6 de la
mañana no les resuelve el problema del agotamiento de su capacidad
de producción. En el caso de las compañías internacionales,
el choque entre lo que el gobierno les exige para planchar los precios
y la descreimiento que sus casas matrices tienen sobre el modelo argentino
se traduce en un decisión de no invertir para aumentar capacidad
de producción.
El presidente inicia una semana clave por la chance que tiene para,
poco a poco, sin resignar posiciones en su visión de constante
guerra ideológica, asumir que muchas de las críticas
externas pueden tener visos de realismo, tomarlas como propias para
aplicar estrategias de cambios moderados a las tendencias francamente
populistas de administración del gasto, y propiciar una salida
de largo plazo a lo que hoy son, desde el mundo de las mayores naciones
y empresas, grandes dudas sobre la sustentabilidad del modelo de crecimiento.
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