Bush fue criticado por no aplicar planes
de promoción más agresivos para la utilización
de este combustible.
Hace seis meses, el presidente de Estados Unidos, George W. Bush,
reprendió a los estadounidenses en su discurso sobre el Estado
de la Unión por ser «adictos al petróleo»,
y los instó a que vieran al etanol como la solución.
Era el momento clave en la estrategia energética que el mandatario
ha desarrollado desde el huracán Katrina.
Bush se ha reunido en privado con defensores de los combustibles alternativos
y ahora dice que su país necesita cambiar su costumbre de derrochar
combustible. Lo que el presidente no está haciendo, sin embargo,
tiene casi la misma importancia. No exige el uso obligatorio de etanol;
no pide estándares más estrictos para los combustibles
tradicionales; y no es partidario de subir el impuesto a la nafta.
Quienes critican este enfoque dicen que si Washington no refuerza
con leyes federales su nueva política de energías alternativas,
no logrará las metas que se propone. Los que la diseñaron,
por el contrario, dicen que todo marcha bien desde el discurso del
31 de enero. Aseguran que hay indicios de que las fuerzas del mercado
producirán el cambio hacia el etanol con mayor rapidez y eficiencia
que cualquier política gubernamental.
La industria automotriz estadounidense ha dicho que duplicará
la producción de autos de combustible flexible, que pueden
funcionar indistintamente con gasolina o etanol. Mientras tanto, cada
vez más estaciones de servicio ofrecen combustibles con mezcla
de etanol. Dicen que el etanol, con tan sólo una pequeña
ayuda de Washington, podría satisfacer más de la tercera
parte del consumo de combustible de EE.UU. hacia 2025.
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