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Por Laura E. Rotundo
Las elecciones legislativas, previstas para el próximo domingo
23 de octubre, generan poco interés en la población,
según distintas encuestas publicadas en los últimos
dos meses y que hacen referencia a la baja intención de voto
existente para esos comicios.
Guillermo Ariza es un politólogo que, en diálogo con
La Mañana de Neuquén, explica por qué
se percibió una ruptura entre la sociedad y los políticos
y cuáles son los principales problemas que ameritan un profundo
y urgente debate de ideas en la República Argentina.
¿Cómo observa el escenario político
actual?
Creo que tenemos una campaña electoral que se enrarece a partir
de las agresiones recientes y una extendida indiferencia -y hasta
repudio- por la política en amplios sectores de la sociedad,
lo que se refleja por ejemplo en la muy baja intención de voto.
El contexto económico y social combina, por su parte, índices
positivos de la producción industrial y aumento de los negocios
y transacciones, con disminución del empleo en negro, pero
se mantienen muy anchos sectores marginales e indigentes; todo lo
cual configura un sustrato de comunidad desintegrada, que es el problema
estructural que tiene la sociedad argentina y que todavía no
nos ponemos a resolver de raíz.
Lo grave sería que nos acostumbráramos a no considerar
parte de la comunidad nacional... a los sumergidos, porque nos estaríamos
resignando a no resolver el desafío que implica que un gran
número de compatriotas carezca de los bienes materiales y culturales
que se corresponden con la civilización contemporánea.
Esto, además de injusto, es materialmente imposible porque
es una fuente de tensiones que crispan a la sociedad. Se puede y se
deben intentar formas de ayuda y asistencia mejores que las actuales,
más estructurales y que conduzcan al trabajo digno, lo que
no se puede es condenar a millones de personas a que permanezcan pasivamente
en la indigencia.
Respecto de las próximas elecciones legislativas y
hablando a nivel nacional, ¿cómo analiza al oficialismo
y a la interna del PJ?
La contradicción oficialismo-PJ es ostensible en la Provincia
de Buenos Aires y está larvada u oculta en el resto del país,
donde muchas veces los aliados del Presidente integran listas de candidatos
de otros partidos políticos, no necesariamente denominados
Frente para la Victoria, que es una especie de sello oficialista.
Creo que se trata de una simplificación decir que se trata
de una mera lucha por el poder, algo que evidentemente es.
Más allá de las frases acuñadas para la campaña
electoral -porque el proceso actual tiene mucho de laboratorio y marketing
detrás- creo que de todas maneras subyace una contradicción
entre cambiar o no cambiar o, si usted lo prefiere, entre administrar
el país que está, con todas sus dificultades, o encarar
un cambio más profundo, algo que es tan difícil como
necesario. Esa contradicción no necesariamente implica bandos
alineados con una u otra opción, sino que recorre tanto el
oficialismo como la oposición.
¿Y cómo observa a la oposición o a quienes
se presentan como una alternativa distinta al oficialismo?
No quedan partidos estructurados a nivel nacional en condiciones de
hacer frente al justicialismo. Por eso el radicalismo, que tiene una
crisis inocultable, sigue siendo el segundo partido en número
de legisladores. La buena gestión municipal del socialismo
rosarino, por ejemplo, no se traduce en un avance del socialismo en
la Capital Federal… pero le alcanzará tal vez para hacer
la mejor elección de su historia en la Provincia de Santa Fe.
Lo que se advierte, en realidad, es una atomización producto
de la crisis de representatividad que caracteriza a la política
argentina -que los medios de comunicación no expresan sino
muy parcialmente- y alcanza a todo el espectro político y se
cobra las primera víctimas en los partidos más débiles.
Sería erróneo pensar, desde este enfoque, que el justicialismo
es fuerte cuando lo es sólo en términos relativos y
simplemente se beneficia de la extinción virtual de sus opositores.
Creo que es evidente que falta debate programático, de ideas
y de propuestas.
¿Estima que en las provincias serán fuertes
los movimientos de cada distrito y por consiguiente, triunfarán
éstos?
Además de la excepción tradicional de Neuquén,
algo muy interesante está ocurriendo en Corrientes, aunque
aún no es advertido a nivel nacional, y el fenómeno
del socialismo santafecino que ya mencionamos, no parece que estemos
frente a un reverdecer de los movimientos provinciales, al menos como
los hemos conocido en el pasado. Insisto en mi interpretación
de que nos encontramos ante a un proceso de atomización y debilitamiento
de las representaciones políticas, como secuela de todo lo
que ha ocurrido en la política argentina y, particularmente,
a partir de la crisis que explotó a fines del 2001.
La consigna elocuente y absolutista -y por eso mismo imposible de
realizar- del “que se vayan todos”, sigue pesando, pero
bajo la forma de la decepción. Es evidente, al menos tal como
yo lo veo, que existe una gran frustración colectiva que no
puede disimular el exitismo de la propaganda.
¿Cómo calificaría a la gestión
del Presidente Néstor Kirchner?
Mire... el Doctor Kirchner tiene una oportunidad histórica
que el país no había disfrutado desde el retorno de
la democracia en 1983. Sin perjuicio de la popularidad que goza actualmente,
que tiene sin duda su explicación en todo lo que pasó
antes y en el deseo de la comunidad nacional de dejar atrás
los errores de los años 90, su desempeño -en mi humilde
opinión- está por debajo de las expectativas que todos
tenemos.
El repunte económico, que es resultado de una administración
ordenada y del efecto “rebote” de la severa crisis anterior,
es una plataforma de partida, o al menos debería serlo, no
un triunfo para sentarse en los laureles…
¿Y según usted, cuáles son entonces
las principales problemáticas que merecen un debate profundo
entre todos los sectores políticos de la República Argentina?
El problema más grave es la exclusión social, la pobreza,
la marginalidad. Poco menos de la mitad de la población tiene
problemas económicos, pero un tercio de nuestros compatriotas
afronta dificultades extremas. Esto ofende la conciencia civilizada,
pero al mismo tiempo supone una deuda que carga sobre la totalidad
de la dirigencia, no sólo la política, también
la empresaria, la social, las confesiones religiosas y los intelectuales.
Todos tenemos responsabilidades en esto -en diverso grado, claro está-
pero cada uno de nosotros carga con su deuda social, por lo que no
hemos hecho o hemos hecho mal para cambiar esta situación.
Coincidentemente con la indigencia que padecen muchos compatriotas,
y vinculado con ello, está la insuficiencia de la estructura
económica argentina para dar trabajo y bienestar a todo su
pueblo.
Nos llenamos la boca diciendo que tenemos un país rico; pues
bien, la realidad es que tenemos un país pobre, que ha retrocedido
mucho incluso respecto de sus vecinos. Y eso es aún más
chocante y escandaloso porque disponemos de recursos naturales abundantes,
aunque cada vez está más claro que eso no asegura por
sí mismo la prosperidad… Esos son los dos problemas principales,
en mi opinión, pero hay más: la calidad de nuestra democracia
no es un problema menor y, por supuesto, tiene que ver con lo que
dijimos antes. Uno de los pilares de la convivencia democrática
es la posibilidad de elegir, y muchos de nuestros compatriotas apenas
pueden sobrevivir. Su participación política está
muy limitada por condicionantes que los hacen instrumentos de perversos
mecanismos de manipulación. Mientras haya indigencia, la democracia
está viciada.
¿Cómo observa la relación entre la sociedad
y los políticos?
Todos sabemos que hay una ruptura, un quiebre en la representatividad.
La cuestión es cómo la recomponemos, cómo renovamos
el lazo que debe unir a toda una sociedad con su dirigencia. Al respecto
me parece, para plantearlo en términos “rousseaunianos”
que más que plantear un “contrato moral”, como
propone (Elisa) Carrió, tenemos que hacer algo mucho más
básico, es decir, renovar el contrato a secas, o sea, el compromiso
de vivir juntos en una misma plataforma geográfica y construyendo
una nación democrática, participativa. Si lo limitamos
a lo moral, nos olvidamos de la base material que está quebrada,
es insuficiente, y hay que poner como prioridad su reconstrucción.
Si, como dije, tenemos graves problemas por la condición social
de muchos argentinos, tenemos que asumir que hay una larga lista de
secuelas que hay que afrontar: dar trabajo, asegurar salarios dignos,
reconstruir la educación, pues hemos convertido a las escuelas
en bocas de expendio de ayuda social. Está claro que si un
niño no come en su casa es mejor que al menos coma en la escuela,
pero no perdamos el objetivo: la familia debe poder comer, alimentarse,
tener un techo. Son cosas elementales, que no obstante suenan utópicas.
¿Cómo hemos llegado a esto? Se trata de una larga serie
de errores que encuentra, desde mi punto de vista, una inflexión
en 1976 cuando (Alfredo) Martínez de Hoz, designado en el Palacio
de Hacienda por un gobierno de facto insiste en que “la economía
argentina es básicamente sana” y por lo tanto en su opinión
sólo había que “ajustarla” en lugar de cambiarla.
Así se define el país para pocos y se empiezan a crear
las condiciones del genocidio. Esta palabra es muy fuerte, lo sé,
pero creo que es estricta y es, también, muy dolorosa.
¿Cree que los argentinos respetamos a las instituciones?
No, no lo creo y le explico porqué. Si no tenemos asumido el
contrato social, las instituciones no nos pertenecen. El Estado es,
entonces, un bien para apropiarse de él, en lugar de una herramienta
común que tenemos que perfeccionar entre todos. Allí
está el nudo de esta cuestión. Si no estoy convencido
que debo vivir solidariamente con mis vecinos y compatriotas, ¿cómo
voy a pagar impuestos y exigirle al Estado que me brinde buenos servicios?
¿A qué referente político ve con más
proyección a nivel nacional?
Creo que hay dos figuras que tienen mayor proyección que el
resto, que son el Presidente Kirchner y el ex Presidente (Eduardo)
Duhalde. Y hay una diferencia importante entre ellos: uno ataca y
el otro trata de evitar que el incendio vuelva a encenderse. Algo
es cierto a esta altura de los acontecimientos: nadie puede acusar
ahora a Duhalde de que no lo ha dejado gobernar a Kirchner, quien
debiera ya sosegarse del trauma de ser considerado un “chirolita”.
Pero tampoco veo que ya esté “cuajando” una síntesis
superadora, que naturalmente puede desemobocar en la proyección
de (Roberto) Lavagna, quien tiene excelente imagen. Sería la
primera vez que alguien desde el ministerio de Economía se
proyecte con éxito a la política. Creo que Carrió,
(Ricardo) López Murphy o (Jorge) Sobisch van detrás
de aquellos protagonistas principales… y crecerían muchísimo
más si en vez de atender a la publicidad se pusieran a consensuar
un programa de transformación profunda de la República
Argentina.
En un mediano plazo y culturalmente hablando, ¿cuál
es su sensación respecto de los ciudadanos y de las principales
figuras políticas?
Hay una paradoja de la vida argentina que puede preocuparnos mucho
o puede también darnos esperanzas. Me refiero a las calidades
individuales que existen: hay mucha gente inteligente y preparada
que no ha emigrado, que sigue viviendo aquí y aplica su talento
a sobrevivir con dignidad, pero que no está en los primeros
planos de la política. A veces los encontramos en la universidad,
en algunos emprendimientos originales con buena base técnica,
en la actividad profesional… un ejemplo de esto es la tarea
científica que lleva adelante la Dra. Pechen en la Universidad
del Comahue, otra muestra es lo que se está haciendo en Neuquén
en materia vitivinícola, “entrando por la punta”
de la tecnología y que va a dar a la provincia una buena inserción
exportadora.
Lamentablemente esta diversificación es todavía un ejemplo
limitado en términos de inversión total, pero muy alentador.
En general, la búsqueda de “nichos” de innovación,
cuando tiene buena apoyatura tecnológica, suele dar resultados
muy interesantes. Pero insisto que la “gran batalla cultural”
hay que darla en el plano de lo general, tanto en la economía
como en la política, y consiste sustancialmente en encontrar
una voluntad común de querer construir una Nación.
Esto nos lleva a que es deseable que más gente se comprometa
con la política, que es una tarea nobilísima y tiene
que dejar de ser un refugio de quienes no sirven en otro lado.
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