Historias a 30 años del golpe militar

 
 
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  Teberna nació en San Martín de los Andes; fue máximo referente de la Juventud Peronista de Neuquén en la época del ‘70 y, más tarde, “montonero”.

Neuquén > Cuando el Golpe asaltó el poder, las diferentes organizaciones políticas no dudaron en que el Proceso intentaría destruir todo tipo de resistencia. El Golpe no sólo se concretó para guardar las urnas por varios años, sino que también preparó, buscó y ejecutó a cada una de las personas que integraron alguna agrupación política. Y “Montoneros” fue una de las tantas organizaciones que sufrió la persecución de las Fuerzas Armadas. Los grupos de tareas del Ejército buscaron casa por casa a los que las integraban. Por eso, miles de personas debieron cambiar su rutina; mudarse de domicilios; modificar su identidad; dejar de visitar amigos y hasta familiares. La clandestinidad se convirtió, por aquella época, en un estilo de vida y la persecución en un constante asedio para todos los militantes. Rodolfo Mario Teberna no fue la excepción.
Desde hace 29 años el hombre que integró la Juventud Universitaria Peronista (JUP) forma parte de los 30 mil desaparecidos. “Fito”, como lo llamaban sus amigos, familiares y compañeros de militancia, escuchó desde muy niño las discusiones políticas. Discusiones que alimentaron a un hombre que se convirtió en un respetado líder regional y por sus ideas fue considerado “peligroso” para los militares.
Fito fue un joven de la generación de los años ‘70 que, con fuertes y claras convicciones, llegó a dar su vida para llevarlas adelante. Estaba convencido de sus ideas para cambiar la realidad y el orden establecido.
Las personas que lo conocieron aseguraron que tenía una enorme inteligencia, actuando siempre en común con el pensamiento del grueso de sus compañeros y luchando por instaurar un proyecto político que sirviera para cambiar el rumbo del país. Propósito que dominó su vida hasta el 16 de abril del año 1977 cuando fue secuestrado y desaparecido por un grupo para militares en la ciudad de La Plata, provincia de Buenos Aires.

Un proyecto claro
Desde muy chico, Fito Teberna fue una persona que se vinculó de lleno a la activa participación en el campo social. Siempre estaba al frente de los conflictos de la escuela, los centros de estudiantes y organizaciones barriales. Más tarde, recibido de maestro y habiendo sido expulsado de una escuela de curas por sus lecturas sobre la Revolución Rusa y la Segunda Guerra Mundial, ingresó a la Universidad Provincial del Neuquén (UPN) y continuó con su inquieta situación participativa en las cuestiones inherentes de sus compañeros, donde integró la Línea Estudiantil Nacional (LEN), luchando por la nacionalización de la Universidad.
“Él vivió y murió buscando un único objetivo: instaurar su proyecto político que apuntaba a la liberación social desde la construcción del socialismo. Por eso entregó la vida, al igual que sus compañeros”, remarcó Serena Gutiérrez, esposa de Rodolfo.
“Fue un militante por excelencia desde su nacimiento y delineó su política siempre desde el peronismo con su tendencia desde el ala más izquierda. Era un simple combativo y revolucionario”, comentó.
Después de una activa participación en la Juventud Peronista de la región; de ser el máximo referente de la Región Séptima (Neuquén) y sufrir, durante el ‘74, perseguimientos junto a sus compañeros, Fito tomó la decisión de pasar a formar parte de la organización “Montoneros” y llegar a la clandestinidad. “Surgió Montoneros y adhirió plenamente a esa corriente. Eso originó que tuviésemos que irnos de acá porque no se podía convivir”, recordó su esposa, quien agregó: “Era insoportable vivir con las persecuciones, los posibles atentados y demás. Debido a esto, la organización (con su consentimiento de por medio) nos derivó a La Plata convertidos en personas clandestinas”.

Vivir en la clandestinidad
En más de una oportunidad el relato de Serena Gutiérrez se interrumpió por las lágrimas en su rostro. Lágrimas que se escaparon por debajo de sus lentes, y secó con un pañuelo descartable que la acompañó durante la extensa charla mantenida con La Mañana de Neuquén. En distintos momentos, ese recuerdo hizo que Serena se olvidara del presente y rememore los imborrables momentos de angustia, lucha e intensa persecución. “La decisión más dura de Fito fue cuando decidió pasar a la clandestinidad”, recordó consternada. “Yo y María Eva (su primera hija) lo acompañamos sabiendo los riesgos que eso implicaba y asumiendo lo que era vivir en una ciudad como La Plata. El Golpe empezó el 24 de marzo, pero la triple A (Alianza Anticomunista Argentina) venía operando desde el ‘74’”, dijo.
“Aprendí mucho con él, me sirvió mirarlo a los ojos y seguir caminando juntos. Además de amarlo como persona empecé a amar su rutina, lo que él hacía y por lo que luchaba. No podíamos hacer de nosotros dos vidas diferentes; los dos éramos uno solo con una misma corriente ideológica y luchando bajo los mismos ideales”, reconoció.
“Vivir en la clandestinidad significó cambiar de casa, por lo menos una vez al mes. Recordar esos momentos son nostálgicos porque era levantar campamento cada vez que alguien nos veía entrar en una nueva vivienda”, recordó Serena.

Sin decir adiós
“La llegada de Jorge Rafael Videla al poder no ocasionó ningún cambio en mi vida, debido a que veníamos muy golpeados y sufriendo embates de persecución desde años anteriores en forma permanente”. Así, Serena Gutiérrez definió el comienzo del Golpe de Estado (24 de marzo de 1976).
“En el ’76 tuvimos una fuerte ofensiva de los militares que arrasaron con todo. Este accionar se confirmó la tarde del 16 de abril del año siguiente con el secuestro de mi esposo”, remarcó.
“Recordar el momento en que llegué a nuestra casa con mis dos hijos (María Eva de tres años y medio y Martín de cuatro meses) y no encontrarme con Fito fue el momento más trágico de mi historia”, sentenció.
Rodolfo Mario Teberna fue secuestrado el 16 de abril del año 1977 cuando un grupo para militar lo engañó y secuestró en medio de una cita que él tenía pautada con una compañera Montonera. “Eran momentos terribles donde habían desaparecido miles de compañeros y él iba asumiendo mayores responsabilidades”, dijo Serena.
“El día de su desaparición yo había viajado hasta Buenos Aires a buscarle una herramienta que mi esposo necesitaba. Llegué y observé que nuestras contraseñas (la luz prendida y una ventanita abierta) para ingresar a la casa no estaban a la vista. A pesar de eso entré y me encontré con todo en orden, pero mantenía una sensación extraña en mi cuerpo. Fito no estaba y pensé que volvería, por lo que preparé comida para todos. Acosté el nene, acosté a la nena en su cama y empecé a esperar. Cada vez me empecé a inquietar más, me agarró el miedo y en un momento vi por la ventana de la habitación que un vecino –a quien considerábamos amoroso- salió de su casa con armas y un compañero secuestrado; ahí me horroricé y me dije: ‘Listo’. Preparé los bolsos, levanté a los chicos de la cama y la nena enseguida me preguntó: ‘¿Dónde está papá, ese loquito hermoso?’, a lo que yo le respondí: ‘Ahora viene papá’”, recordó Serena con su mente trasladada 29 años hacia atrás.
“A la 1.30 los levanté; armé el bolso y salimos hacia la Terminal de La Plata. Al llegar me encontré con que estaba tomada; de todas maneras, pude sacar el boleto, pudimos subirnos al micro sin que nadie nos preguntase nada y llegamos hasta hasta Once (Buenos Aires)”, agregó.
Sus ojos se nublaron y por un instante se situó en aquella época. “Después de su desaparición comenzó una nueva etapa en mi vida; una nueva historia. Significó tener que sobrevivir y enfrentarme a una vida totalmente diferente. Eso nunca lo olvidaré y se transformó en una herida que jamás cicatrizará”, remarcó Serena.
Esa herida hoy permanece abierta, y lo peor es que no existe remedio que la cicatrice. “Nada es igual desde el día que me faltó mi gran amor”. Amor que mantiene presente todos los días. Amor que unió ideales, pensamientos, escondites, ciudades, luchas y permanentes intentos de “revoluciones”. Amor que sigue caminando junto a una mujer dolorida, pero con enormes fuerzas para continuar luchando al igual que las miles y miles de familias que han sido destrozadas por una dictadura que persiguió, torturó, secuestró y mató a miles de ciudadanos argentinos.

Vivir sin Fito

Neuquén > Para toda familia, enfrentarse a la pérdida de un ser querido es doloroso y cuesta superarlo. Más aún, cuando no se sabe la existencia de su paradero. En esta situación se ubica Serena Gutiérrez, quien aseguró que después de la desaparición de Rodolfo Teberna “sentí que vivía prestada y de regalo, sólo para cuidar a los chicos. Mi vida se partió en dos y no concebía la vida sin él, porque era un presente ausente permanente. Estaba al lado mío, pero a la vez sentía un dolor inmenso por su ausencia”. “De todas maneras, no quería morirme sino vivir, cuidar y acompañar a mis hijos en su crecimiento. Es lo único que me importó después del 16 de abril de 1977”, agregó.
“Por momentos -aseguró con dolor- pensaba que todo eso era una pesadilla, pero a la vez que la revolución se estaba gestando igual”.
Por otro lado, la mujer que hoy por hoy sigue al frente de luchas y teniendo presente los ideales trasformados por su esposo, manifestó que “por aquellos momentos se transitaba por encima de una catástrofe y actitud de genocidio muy oscuro, escondido y que uno no sabía con precisión lo que pasaba a nuestro alrededor”.
La desaparición de Fito implicó que Serena tuviera que dejar a Martín (hijo menor) en manos de su hermana y saliera a deambular con María Eva (hija mayor) en busca de respuestas a sus ideales. “Le dejé el nene a mi hermana y me fui con la nena a sufrir por ahí. Sufrir, porque viví en pensiones sufridas y pensaba que me podrían agarrar. Varias veces dejé la nena sola y en dos oportunidades me fueron a buscar a la casa de mis padres en Andacollo”, aseguró Serena Gutiérrez.
Remarcando la figura de Fito, su esposa dejó en claro que “en cada lucha su figura está presente; de lo contrario, todo sería en vano. Todo lo que hago lo realizo por él y por todos los compañeros caídos durante aquellos años”, finalizó.

 

 


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