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Nosotros
A veces se nos ocurre decir desde las sociales,
que no hay “historia silenciosa”, por que la memoria de
las sociedades –en algunas ocasiones- se niega a callarse. El
tiempo de lo que ocurrió sigue latiendo, murmurando, haciéndose
escuchar: presente. Es por ello que las tremendas confrontaciones
sociales el 19 y el 20 de diciembre del 2001 y las consecuencias que
estos hechos tuvieron y tienen en la actualidad, hace que inexorablente
las recordemos siempre. Complejo como fenómeno político
y trama social, pero necesariamente ineludible a la hora de analizarlo.
Sin lugar a dudas que lo ocurrió se inscribirá para
siempre en la historia de las grandes gestas populares; como el día
en una buena parte del pueblo de este país dejo de mirar el
suelo; los ciudadanos en las asambleas y en los piquetes se reconocían
entre si. Éramos “nosotros”. Y podíamos
decirlo abiertamente; era el fin del fin de la historia.
A esa altura decíamos que tanto el radicalismo, como el peronismo
y el frepasismo habían conducido al país al abismo implementando
políticas neoliberales. Nos habían robado, nos habían
estafado, nos habían mentido, nos habían manoseado,
pero así y todo no nos habían derrotado. Fue hora de
barajar y dar de nuevo. En las discusiones, en la organización,
en la lucha.
Con consignas, con banderas, con protagonistas destacados; y con una
buena parte de la sociedad civil cuya atronadora presencia y movilización
en las calles le fue dando forma al colectivo “nosotros”,
pasando del Estado de sitio al Estado sitiado; por la protesta generalizada,
por la acción.
Cuando el patético e inepto presidente “Isabelito”
De La Rua intentó en su famoso y triste discurso declarar el
“Estado de sitio”, generó –entre otras cosas-
su propia caída y la del “modelo”. Haberlo llevado
hasta ese punto fue un verdadero acto criminal y genocida -delitos
que aún siguen impunes- y por los cuales seguimos reclamando
justicia.
Y es que, cuando un jefe de Estado se transforma en un delincuente,
en un asesino y ladrón que viola sistemáticamente los
derechos humanos está enviando un mensaje desde el poder a
la sociedad, una luz verde que habilita y autoriza a la sociedad entera
a robar, a asesinar y a violar esos derechos humanos, instalando entre
nosotros el autoritarismo y el fascismo. Y la Democracia paga, a la
corta o a la larga las consecuencias.
La idea de cambiar el mundo sin tomar el poder esta en el aire y es
quizás una de las enseñanzas y aprendizajes más
importantes que nos dejo el estallido. Hay confianza e impaciencia.
Tanto como el empobrecimiento popular que fue creciendo desde el ’76
de manera incontenible, apareciendo como un dato irrefutable los miles
y miles de niños desnutridos que hay en el “granero del
mundo” y de vacas gordas.
Pensamiento global y acción local, esa es la idea; el regreso
de la sociedad civil a la practica política, a la acción.,
a los efectos de que la Democracia sirva para educarse, comer, sanarse
y forjar nosotros nuestro propio porvenir; lejos del “zonzaje”,
como diría Arturo Jauretche, y también de esa “mayoría
silenciosa” que pregona un gobernador patagónico desde
hace un tiempo.
El tiempo es una convención, aunque la percepción del
mismo, es por lo menos subjetivo. Y somos los ciudadanos de “a
pie” que vivimos acorde a la convención que nos marca
el calendario universal y nacional, quienes debiéramos incorporar
y dibujar con rojo el 19 y 20 de diciembre como un día de “ruptura
o despertar colectivo”.
O sea. Que nadie guarde su bronca ni las ganas de cambiar las cosas.
Como en el 2001, con cacerolas y piquetes y lo que venga. Aquí
y allá. Siempre.
Hugo Álvarez
Profesor de historia CPEM N° 41/63/69
alvarioz@hotmail.com
DNI 20463400
TE 4401615. NQN
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