Si todo sigue su curso normal, un
hombre condenado por asesinato morirá el 1 de diciembre, en el
estado de Nevada.
Washington (dpa) > Un
macabro aniversario está a punto de celebrarse en Estados Unidos: la
ejecución número mil desde la reinstauración
de la pena de muerte, en 1976. Si todo sigue su curso, Daryl Mack,
un asesino convicto de Nevada, se convertirá el 1 de diciembre
en el preso que escriba este capítulo de la historia.
Aunque insiste en su inocencia, Mack ha decidido no apelar más:
prefiere morir ahora a seguir encerrado en su celda.
Pero quizás otro hombre le arrebate -involuntariamente- este
dudoso honor, dado que podría ser ejecutado el 30 de noviembre.
Y es que en caso de que a comienzos de la semana próxima se
levante un aplazamiento de ejecución para otro preso, Robin
Lovitt, de Virginia y, por el momento, todavía el condenado
a muerte número 999, avanzará un puesto.
Entonces moriría un hombre cuyo caso comprende muchos de los
motivos por los que los opositores a la condena a muerte rechazan
la pena capital: Lovitt, hoy de 41 años, de niño
sufrió malos tratos y abusos por parte de su padre, un alcohólico.
El joven cayó en malas compañías y la policía
lo consideró inmediatamente el principal sospechoso cuando
en 1998 el gerente de una sala de juegos fue hallado asesinado con
unas tijeras.
Lovitt insiste hasta hoy en su inocencia. Los análisis de ADN
efectuados en su momento no llevaron a ninguna conclusión inequívoca,
pero no es posible realizar nuevos tests -con métodos ahora
mucho más avanzados- debido a que un empleado del laboratorio
de criminalística encargado de este caso tiró a la basura
casi todas las pruebas de relacionadas con Lovitt, debido a problemas
de espacio en el laboratorio.
Costumbre
La menudo arbitraria costumbre de decretar la pena de muerte fue uno
de los principales motivos de la decisión del Tribunal Supremo
estadounidense para, en 1972, suspender esta forma de castigo en todo
el país. Sin embargo, tras una revisión de las leyes
sobre la «capital punishment», la pena capital, en los
estados federados, volvió a aplicarse el 17 de enero de 1977:
en aquel entonces, un pelotón fusiló en Utah a Gary
Gilmore.
Las estadísticas muestran que pese a la revisión de
las leyes, siguen siendo ejecutados más ciudadanos de raza
negra que blancos. Más drástica aún es la diferencia
cuando el agresor es negro y la víctima blanca. Además,
el 98 por ciento de los fiscales distritales de los estados norteamericanos
donde rige la pena de muerte son blancos.
Entretanto sin embargo, los métodos de ejecución se
han «humanizado», o eso afirman al menos las autoridades
judiciales estadounidenses. En 37 de los 38 estados que volvieron
a instaurar la pena de muerte, la inyección letal es el único
método o al menos uno de los posibles a elegir por el condenado.
Sólo Nebraska usa la silla eléctrica.
Pequeñas victorias
Los condenados a muerte y los opositores a la pena capital lograron
dos victorias ante el Tribunal Supremo: desde 2002, no se puede
ejecutar a disminuidos psíquicos y desde marzo de este año
rige una prohibición de ejecución para aquellos condenados
que eran menores de edad cuando cometieron el delito.
Richard Dieter, director del centro de información sobre la
pena de muerte en Washington, ve en ambas decisiones judiciales un
indicio de que en la sociedad estadounidense «hay una aceptación
cada vez mayor de la cadena perpetua como alternativa a la ejecución,
aunque esto se produzca de manera muy, muy lenta».
De hecho, en los últimos años se ha reducido tanto la
cifra de condenas a muerte como de ejecuciones. Así, en 2004
la pena capital fue decretada en 125 casos, la cifra más baja
desde la suspensión de la pena de muerte. En total, fueron
ejecutados 59 presos -la mayoría, como siempre, en Texas-,
lo que implica una disminución por cuarto año seguido.
En varios estados, entre ellos en Illinois, la condena a muerte no
es aplicada de facto.
Dieter cree que esta tendencia se debe sobre todo al hecho de que
en los últimos años fueron puestos en libertad muchos
condenados a muerte después de que se demostrara su inocencia,
a menudo con ayuda de métodos más modernos de análisis
de ADN. Desde 1973 han sido 122 casos, de ellos 35 desde el año
2000. Esto permite concluir que en el pasado posiblemente fueron ejecutadas
decenas de personas por crímenes que no habían cometido,
explica Dieter. «Esto asusta a la gente».
El hecho es que si en 1994 el 80 por ciento de los estadounidenses
estaba a favor de la pena de muerte, una reciente encuesta muestra
que la cifra de los que la apoyan es ahora de sólo -o todavía-
62 por ciento. |