Por Adolfo Guinot
El matrimonio es el único tema sobre el cual todas las mujeres
están de acuerdo y todos los hombres en desacuerdo; veinte
años de ilusión convierten a ella en una ruina, pero
veinte años de matrimonio la transforman en algo así
como un edificio público. Ellas están hechas para ser
amadas, no para ser comprendidas.
(Oscar Wilde, Pensamientos y Aforismos).
La mujer del jefe de oficina tiene amor propio y la portera tiene
su amor propio. «Salgo de mí para no volver a entrar»,
dijo un día Santa Catalina de Génova, y es una de las
cosas más grandes que jamás se hayan dicho. El amor
propio consiste en estar siempre dentro de sí. Y se ha notado
que la gente honrada sale más raramente que los asesinos. Esta
es la única diferencia considerable entre las dos especies.
(León Bloy, Exégesis de Lugares Comunes).
Estoy cierto; tengo amigos; mi fortuna está asegurada; mis
padres nunca me abandonarán; se me hará justicia; la
obra que he escrito es buena y será bien acogida; me deben
y me pagarán; mi amante será fiel, porque me lo ha jurado;
el ministro me ascenderá en la carrera, porque lo ha prometido.
Todas estas anteriores palabras las borra de su diccionario el hombre
que tiene experiencia.
(Voltaire, Diccionario Filosófico)
Temo que los animales sólo consideren al hombre como un ser
de su especie que ha perdido el sentido común del animal de
la forma más peligrosa: como el animal extravagante, el animal
que ríe, el animal que llora, el animal consagrado a la desdicha.
(Federico Nietzche, La Gaya Ciencia).
Don Manuel Villarpando, que fue por mucho tiempo secretario de la
legación de Perú en Buenos Aires, era completamente
sordo. Siendo colegial, presentóse un día a examen momento
después de haber roto una ventana del colegio mientras jugaba
un partido de fútbol. El examinador, un bondadosísimo
canónigo de Lima, le preguntó: -»Dime, hijo, ¿quién
creó el mundo?». –»Yo no he sido, señor»,
replicó Villarpando asustado, en la convicción de que
le preguntaban si había roto el vidrio. –»Pero,
hijito, prosiguió el canónigo, claro está que
tu no podrías haberlo hecho. ¿Quién lo hizo?».
–»Bueno, padre, contestó Villarpando con lágrimas
en los ojos, le diré en confianza: yo he sido, pero ya no lo
he de volver a hacer».
(Diario La Mañana, Anécdotas, 1918).
Un día en el cual no se podía entender absolutamente
nada durante una acalorada discusión en la Academia, el duque
de Mairain imploraba a los gritos: -»¡Señores,
por favor, a ver si podemos hablar no más de cuatro a la vez!».
(Chamfort, Caracteres y Anécdotas).
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