A 60 años del horror

 
 
La foto tomada por la
tripulación del bombardero
B-29 en el momento de la
explosión en Hiroshima.
Nada quedó en pie en Hiroshima cuando cayó la bomba atómica. Aseguran que su lanzamiento no fue necesario, porque Japón estaba casi vencido.


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Las explosiones de Hiroshima y Nagasaki marcaron el inicio de la era nuclear en la carrera armamentística.

Hiroshima (dpa)> Era un caluroso día de verano. Aquella mañana del 6 de agosto de 1945 Mikoyo Tando, de 13 años, estaba delante de la ventana arreglando la correa de su cantimplora. En el jardín de la casa, su padre colocaba un armario sobre una carreta. Los dos se disponían a seguir a la madre, que abandonó Hiroshima por miedo a los ataques con bombas y se trasladó al campo con su hijo menor para reunirse con sus familiares. Son las ocho horas con 15 minutos de la mañana. De repente, «vi una luz deslumbrante blanquiazul. Luego perdí el conocimiento», recuerda Mikoyo 60 años después.
Tras un vuelo de varias horas, desde la pequeña isla de Tinian, situada a unos 2.500 kilómetros al sureste de Japón, el bombardero estadounidense «Enola Gay» había arrojado a una altura de 580 metros sobre el hospital Shima, en el centro de Hiroshima, la bomba atómica bautizada con el inofensivo nombre de «Little Boy».
En cuestión de segundos la zona, hasta entonces llena de actividad, quedó arrasada: la ola de choque y calor de al menos 6.000 grados centígrados convirtió a la ciudad en un infierno en llamas.

Pánico
Todo lo que estaba en pie se derrumbó por la presión. De los 350.000 habitantes de Hiroshima murieron de golpe más de 70.000. Hasta diciembre de 1945, el número de muertos se elevó a 140.000. Perturbados, con el cuerpo cubierto de ampollas causadas por quemaduras y la piel desprendida, los que sobrevivieron al bombardeo corrieron por las calles de la ciudad presas del pánico.
Cuando Miyoko Tando recupera el conocimiento, su padre la está sacando con sus últimas fuerzas de entre los escombros de su casa. Luego, el cielo se oscurece. Sobre la ciudad cae una lluvia de gotas negras a las que están adheridas cenizas radiactivas, contaminando a los desprevenidos sobrervivientes. «Después de beber agua de una tubería reventada, escupí un líquido amarillento», relata Tando.
Tres días después de la explosión, Miyoko asistió impotente a la muerte de su pequeña hermana y, poco después, de su padre. Ese mismo día, el 9 de agosto, el Ejército estadounidense lanzó una segunda bomba atómica sobre Nagasaki, que causó la muerte, hasta diciembre de 1945, de unas 70.000 personas. La cifra exacta de víctimas jamás podrá establecerse, puesto que muchas personas murieron años después a causa de las secuelas tardías de las radiaciones.
Durante mucho tiempo, Mikoyo fue incapaz de hablar del horror vivido. La mujer, pequeña y flaca, tiene un aspecto frágil. Desde hace algún tiempo padece una enfermedad hepática. Aun así, no se cansa de contar su terrible experiencia ante escolares y otras personas interesadas, «para que no se olvide la bomba», dice con voz débil mientras pasa la mano sobre su brazo lleno de cicatrices.
Sin embargo, la importancia de lo que pasó en Hiroshima va perdiendo peso. Durante varias décadas, la gran mayoría de la población japonesa apoyó la Constitución pacifista de su país, pero esto está cambiando, entre otros motivos por la amenaza que representan los misiles de Corea del Norte. En este contexto, se está discutiendo por primera vez un cambio de la Constitución nipona, que ni siquiera permite la existencia de un Ejército regular.

El sufrimiento aún no termina

Los padecimentos siguen tanto para los sobrevivientes como para sus hijos.

Los sobrevivientes fueron discriminados por décadas a consecuencia de sus secuelas por los bombardeos.

Hiroshima (dpa) > Midori Yamada padece desde su niñez de una extrema carencia de hierro. Cuando tenía 34 años, enfermó de cáncer de mama. «Sin embargo, en aquel entonces no atribuía estos padecimientos al lanzamiento de la bomba atómica», relata esta japonesa que hoy cuenta 56 años.
Sólo mucho tiempo después comenzó a sospechar que sus enfermedades tuvieron algo que ver con el hecho de que su padre, inmediatamente después de caer la primera bomba atómica, salió corriendo a Hiroshima para buscar durante varios días a amigos y colegas en la ciudad contaminada. Yamada pertenece a los hibaku nisei, la segunda generación de víctimas de la bomba atómica de Hiroshima y Nagasaki. Entre tanto, se sabe que la combinación de intenso calor, presión y radiación causó entre las víctimas directas («hibakusha») trastornos del crecimiento, envejecimiento prematuro, enfermedades de la sangre y la piel, daños en el sistema nervioso central y abortos, entre otras afecciones.

Descendientes
Sin embargo, hasta el día de hoy no existen pruebas fehacientes que demuestren que las bombas atómicas también causaron daños en los descendientes de los «hibakusha». Por este motivo, el Estado japonés no ha reconocido como víctimas a los hibaku nisei, quienes, a diferencia de los supervivientes directos, no tienen derecho a reclamar exámenes médicos gratuitos ni ayuda financiera. Sólo algunas prefecturas (provincias) como Tokyo otorgan a los descendientes de las víctimas directas certificados que les da el derecho de recibir chequeos médicos sencillos y, en casos de graves enfermedades como cáncer, también ayuda financiera, explica Yamada. «Eso está bien, aunque no es suficiente», dice la japonesa, quien fue uno de los que recibieron tal certificado en Tokyo.
Llama la atención, señala Yamada, que muchos de sus amigos de la escuela murieran jóvenes de cáncer. Muchos se quejan de que no se realicen investigaciones profundas. Sin embargo, esto no es correcto, afirma Nor Nakamura, jefe del departamento genético de la Fundación de Investigación sobre los Efectos de la Radiación (RERF) en Hiroshima. Este instituto, gestionado por los gobiernos de Japón y Estados Unidos, es el único en Japón que investiga exhaustivamente las consecuencias de las bombas.
También se han realizado investigaciones sobre los hibaku nisei, pero muchos de los afectados desconocen esos estudios, ya que hasta ahora sólo han sido publicados en inglés, indica Nakamura. En su opinión, será necesario continuar las investigaciones también durante las próximas décadas.
Sin embargo, el problema es que el instituto que dirige Nakamura es objeto de desconfianza, debido a que nació de la Comisión para las Víctimas de la Bomba Atómica (ABCC, según las siglas en inglés), que fue creada por orden del presidente estadounidense Harry S. Truman. El instituto recibió el encargo, después de los bombardeos contra Hiroshima y Nagasaki, de investigar las consecuencias de las radiaciones para los supervivientes.
Muchos japoneses todavía denuncian hoy que los estadounidenses sólo utilizaron a las víctimas para sus intereses de investigación militar, sin ofrecerles ayuda médica, y que los datos reunidos en aquel entonces fueron ocultados, lo cual también contribuyó a generar desconfianza entre muchos descendientes.
Otras persona, por su parte, ocultan el hecho de que pertenecen a los hibaku nisei, muchas veces por temor a ser discriminados socialmente -como también pasó con la gran mayoría de las víctimas directas de las bombas atómicas- cuando buscan pareja o trabajo.

La amenaza todavía persiste

Tokyo (AFP-NA) > Hace sesenta años el mundo descubría el apocalipsis nuclear en Hiroshima y Nagasaki, que fueron los primeros y únicos blancos de la bomba atómica, pero la amenaza persiste.
Capital mundial del pacifismo, la ciudad de Hiroshima (Sur de Japón) conmemorará hoy el día que marcó la entrada de nuestro planeta en la era nuclear. Otras ceremonias tendrán lugar tres días más tarde en Nagasaki (Sur).
El 6 de agosto de 1945, exactamente a las ocho y cuarto, a una hora de gran afluencia, el bombardero norteamericano B29 «Enola Gay», arrojó la Bomba A contra Hiroshima, en ese ciudad de guarnición y puerto militar. La bomba estalló a unos 600 metros de altitud y arrasó instantáneamente con el centro de la ciudad.

 

 


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