“Sobre la inseguridad se han montado distintas industrias del miedo”

 
 
“Una sociedad asustada está mucho más dispuesta a transferir cuotas de poder y a controlar menos. El miedo se vuelve muy cómodo para un tipo de dirigencia política que no quiere control ni representación.”
Alberto Binder es abogado, profesor de Derecho Penal y vicepresidente del Instituto de Estudios Comparados en Ciencias Penales (Inecip). En esta entrevista, reflexiona sobre la inseguridad que jaquea al país.


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  Alberto Binder es abogado, profesor de Derecho Penal y vicepresidente del Instituto de Estudios Comparados en Ciencias Penales (Inecip). Ha sido asesor de reformas de la justicia penal y del sistema de investigación de los delitos en Guatemala, El Salvador, Venezuela, Costa Rica, Paraguay, Bolivia, Chile y República Dominicana. Fue coautor del plan de intervención y reforma policial en la provincia de Buenos Aires, en 1998. Escribió, entre otros, Política criminal: de la formulación a la praxis, Ideas y materiales para la reforma de la justicia penal, y De las repúblicas aéreas al Estado de Derecho.

En estos días la inseguridad parece no tener fin en nuestra sociedad, ¿es así?
Lo que llamamos inseguridad – con un nombre que todavía es genérico y ha servido para que se instale en la vida cotidiana- es un sinnúmero de problemas que son inseparables del tipo de vida moderna, del modelo de ciudad y vida urbana que tenemos. Dada la escala de las ciudades, las condiciones socioeconómicas y la cultura en la que vivimos, permanentemente vamos a tener que lidiar con esto que llamamos inseguridad, de modo estructural. Esto no quiere decir que el otro sentido de inseguridad: los niveles actuales de miedo y de violencia no se puedan revertir. Claro que se pueden revertir.

¿Qué hay que tener en cuenta cuando hablamos de este “sinnúmero de problemas” que llamamos inseguridad?
Hay dos dimensiones de la inseguridad, una es la de las condiciones objetivas reales: la cantidad de conflicto, de delito, de violencia que tiene una sociedad, que se puede medir de menor a mayor. En ese sentido, los niveles de inseguridad objetiva en la Argentina son todavía mucho más bajos que los de otros países de América Latina, México, Colombia, Venezuela y no hablemos de lugares en situaciones de pobreza extrema como Haití. En términos de seguridad objetiva, todavía la situación no es tan dura como en otros países, inclusive países desarrollados como Estados Unidos. Lo que caracteriza a la Argentina actual es un momento muy fuerte de la dimensión subjetiva de la inseguridad, que es el miedo, la incertidumbre y la sensación de fragilidad con la que vive la población los problemas de la inseguridad objetiva. Y esta segunda dimensión - la inseguridad en términos subjetivos o la sensación de inseguridad- tiene factores muy complejos, que no están relacionados solo y directamente con la cantidad de delitos y de violencia que hay en una sociedad. Las políticas de seguridad son tan complejas porque tienen dos dimensiones: una que tiende a resolver los problemas objetivos y otra que tiende a resolver los problemas subjetivos, a lidiar con el miedo y la incertidumbre.

¿Cuáles son algunos de estos factores complejos que hicieron que aumente la sensación de inseguridad?
Influyen dos cosas. Una muy importante, oculta y poco analizada es que la clase media (un sector social que influye mucho en el humor social que luego se va a transformar en el humor social público a través de los medios de comunicación) es la que más sufre las situaciones de incertidumbre. Y la clase media en la Argentina estaba muy acostumbrada a la seguridad, en términos de planificación de futuro, de ascenso social, de estabilidad económica. Hoy, hay un sector de la clase media que está permanentemente sintiéndose en el abismo respecto del trabajo, descendiendo en picada en la escala social y sin saber si sus hijos van a poder continuar en el mismo nivel social que tuvieron los padres. Muchas de las grandes expectativas y valores de la clase media se han destrozado en los últimos 15 años. Por ejemplo, la idea de poder contar con una jubilación ha prácticamente desaparecido. Esto genera una sensación de fragilidad muy grande que se acrecienta ante el hecho objetivo de los delitos y conflictos. Por otro lado, a esto se le suma una profunda desconfianza en las instituciones que tienen que dar respuesta a los delitos y conflictos: instituciones policiales, justicia, etcétera. Entonces, esta sensación de desamparo en cuanto al trabajo, a la vejez, a qué va a pasar con los hijos se siente sobre todo en sectores de la clase media, que van a influir fuertemente en aumentar la sensación de inseguridad.

Una política de seguridad que busca acabar con la delincuencia ¿cómo tiene que encarar esta dimensión subjetiva?
Una aclaración: una política de seguridad no tiene solo como objetivo acabar con la delincuencia, también debe tener una fuerte impronta de restablecer un modelo de gestión institucional confiable para la ciudadanía.

¿Qué temas quedan ocultos cuando se discute superficialmente el tema de la inseguridad?

El primer tema que me parece muy importante aclarar es esto que llamamos “la industria del miedo”. Porque sobre cómo un sector de la sociedad vive la situación actual se han montado distintas industrias del miedo. Hay tres grandes industrias del miedo montadas hoy en nuestra sociedad. La primera es una industria política, es decir una dirigencia política que permanentemente está buscando escaparse de las reglas y de la exigencia de la representación política y una sociedad con miedo le es favorable porque le permite establecer relaciones de señorío: el dirigente político aparece como una especie de señor feudal que le promete y le propone protección a la sociedad. Permanentemente la dirigencia política le está metiendo miedo a la sociedad. Si uno escucha al gobernador Solá, hablando de un problema grave como es el tema de la necesidad de redefenir la política de drogas, usa un lenguaje y un tipo de análisis del problema que mete miedo, diciendo “la provincia de Buenos Aires está perforada por la droga”. Si uno analiza el discurso de los dirigentes en relación a los problemas de seguridad, en vez de tratar de ir restableciendo relaciones de confianza, le inyectan miedo a la sociedad. Esta retórica de la mano dura, del miedo, del caos, de la anarquía está al servicio de un nuevo modelo de relación política profundamente clientelar donde se intenta romper las exigencias de una relación de ciudadanía y representación. Una sociedad asustada está mucho más dispuesta a transferir cuotas de poder y a controlar menos. Hay un modelo político que se está gestando alrededor de las sociedades asustadas. El miedo se vuelve muy cómodo para un tipo de dirigencia política que no quiere control ni representación. Esa es la primera industria del miedo.

¿Cuál es la segunda?
La segunda industria del miedo es la que se ha montado alrededor de la seguridad privada. El modelo de la seguridad privada es una de las industrias y de los mercados de servicios de mayor expansión en los últimos años en nuestro país. Hoy cualquier política de seguridad tiene que tomarlo en cuenta. Un defecto originario es que tal como está montado este mercado, el negocio es la inseguridad. Así se venden alarmas, seguros, armas, se contratan vigilantes privados, hay centros de entrenamiento y capacitación. Es decir, el factor de expansión de ese mercado es el miedo y la inseguridad, con lo cual este mercado tampoco está interesado en que la gente se tranquilice. Otro tema es que tal como está hoy montado el mercado de seguridad, es parasitario de las deficiencias de las fuerzas de seguridad del sistema público de seguridad. Ya sea porque se usan policías entrenados por el Estado o porque muchos de los dueños de las empresas son ex policías y ex militares de un sistema público que se necesita que funcione mal. Si el sistema público funciona mal se reduce la inversión de la empresa: toma gente que sale del sistema público y no tienen controles. El tercer mercado montado alrededor de estas industrias del miedo tiene que ver con algo en el que los medios de comunicación se han enganchado: un espectáculo del miedo. El espectáculo del miedo no tiene que ver con publicar el informe sobre la inseguridad o la crítica al poder público – nadie dice que no se haga eso- sino con que en los casos de secuestro no les interesa si ponen en riesgo la vida de la víctima. En muchos países hay pactos de que estas cosas no se pueden hacer mientras están los secuestros en marcha. Porque hay dos cosas elementales, si a vos te secuestra una banda de secuestradores profesionales no se van a asustar porque el hecho sea trasmitido todos los días, ¡pero te está levantando el precio del secuestrado! Y si no es una banda de secuestradores profesionales, como ocurre mucho en nuestro país, lo que estás haciendo es poner en fuerte riesgo a la víctima porque le estás metiendo miedo a los tipos. Muchos de los programas de televisión trasmiten prácticamente el secuestro en vivo, innecesariamente. Ahí no hay necesidad de información ni de crítica, sino puro negocio de espectáculo...como si fuera un partido de fútbol. Entonces, sobre la conformación de una sociedad asustada –que tiene factores objetivos para estarlo- están montados negocios que hacen que el problema sea realmente complejo de resolver.

¿Cómo enfrentarse a estos intereses comerciales desde una política de seguridad?
Lo primero que las políticas de seguridad tienen que tomar en cuenta es que deben enfrentarse a una madeja muy compleja de factores e intereses que giran alrededor de una sociedad asustada. Y esto no se hace pegando puñetazos en la mesa diciendo “vamos a ser inflexibles con el delito”, esto requiere un grado de gestión política y de identificación de los temas totalmente distinto.

¿Sirven las purgas policiales?
La purga policial es un mecanismo que se puede usar en una emergencia; una, dos, tres veces. Ahora si hay que estar haciendo purgas todos los años quiere decir que no se ha desmontado la fábrica, entonces el problema es otro. La purga no es un método permanente ni puede serlo. Aquí no se ha podido avanzar hacia reformas policiales profundas.

 

 


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