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Por Darío D’Atri
A una semana de las elecciones, el gobierno nacional busca sacar rédito
de lo que sucede con la economía.
Buenos Aires, Corresponsalía
> El gobierno hizo algún esfuerzo por poner la
discusión sobre el modelo político y de crecimiento
en el foco de la campaña electoral, pero habrá que admitir
que se trató de un intento no muy convincente, que fracasó
antes casi de comenzar la carrera proselitista. Por su parte, las
fuerzas de la oposición, y sobre todo el duhaldismo, eligieron
cambiar el eje de confrontación con el kirchnerismo, logrando
claramente que la discusión electoral se circunscriba al debate
sobre el estilo presidencial, el menor o mayor apego de Kirchner a
las formas democráticas y la necesidad de aumentar el control
opositor sobre las decisiones del oficialismo.
Ahora, llegado el envión final de la campaña con vistas
al domingo 23, toda la disputa electoral se limita a chicanas y verborragia
que para la mayoría de la gente son intrascendentes. Es cierto
que se trata de una elección legislativa y no de un nuevo gobierno,
pero la categoría plebiscitaria que indirectamente le ha otorgado
Kirchner a estos comicios habilitarían a imaginar un debate
de fondo sobre el horizonte de mediano plazo de la Argentina.
El dato de lo que no se discutió podría pasar al anecdotario
de las cosas que pudieron ser y ni siquiera quedaron en el intento,
sin embargo, la realidad parece estar tocando con fuerza la puerta
de las urgencias políticas y económicas.
En la semana que termina, muy lejos de las chicanas de campaña
pero definitivamente cerca de lo que impacta en el día a día
de la gente, la realidad política y económica dio muestras
de claros indicios de cambios de escenarios que pueden complicar velozmente
el horizonte del 2006, y alterar los ejes sobre los cuales caminó
el gobierno en sus dos años y medio iniciales de mandato.
Iniciativa y piloto automático
No hay sino especulaciones sobre el mapa político que los resultados
del 23 dejaran al presidente Kirchner, pero ya es evidente la confrontación
entre dos visiones opuestas que hoy dividen al gobierno en relación
a qué hacer el día después de los comicios. En
ambos casos, la cuestión de fondo es el debate sobre el modelo
político-económico a seguir, aunque en la superficie
todo se pueda limitar a las decisiones que vaya a tomar Kirchner a
la hora de rearmar su gabinete.
De un lado, el “ala setentista” liderada por el ministro
Julio De Vido, decidida a profundizar los grandes ejes de la acción
de gobierno, aquella basada en un apalancamiento de la economía
con instrumentos de aliento forzado y artificial de la demanda, vía
un poderoso aumento del gasto publico que, sin dudas, no podrá
mantener ese ritmo durante el 2006.
En el otro bando, los lavagnistas y unos cuantos funcionarios seriamente
preocupados por el horizonte inmediato de alto riesgo inflacionario
y, sobre todo, por la chance de que las elecciones den a luz un Kirchner
tentado por un modelo de billetera fácil que, justo por estos
días, comienza a mostrar signos fuertes de agotamiento.
¿Ejemplos?: el encadenamiento de conflictos gremiales, cebados
por cierta ilusión oficial consistente en forzar una recuperación
acelerada del poder adquisitivo del sector formal de los trabajadores.
Si bien es necesario admitir que el oportunismo electoral dio al conflicto
de los camioneros una magnitud que dos semanas después no hubiera
tenido, la consecuencia de la intervención presidencial para
frenar la bola de nieve del desabastecimiento de bebidas gaseosas
y cervezas indica que el gobierno dispone de pocos o nulos argumentos
más allá de la concesión a los reclamos crecientes
de los sindicatos.
Hoy por hoy, en el gobierno nacional apenas atinan a realizar gestos
de administración de los conflictos, para que no desborden
hacia el conjunto de la sociedad, pero el fondo de la cuestión
es la dificultad para imaginar qué pasos dará el presidente
en orden a lograr que el justicialismo imponga a los principales gremios
algún grado de sentido común a los reclamos salariales.
Hasta ahora, todo apunta en el rumbo opuesto, cada vez que se conceden
aumentos que duplican o triplican la inflación anual, y cuyo
destino es un traslado inevitable a los precios.
La magnitud de la crisis del 2001/2002 fue tal que la economía
planeó guiada por un veloz piloto automático de casi
tres años. Ahora, en cambio, el achatamiento de la curva de
crecimiento y las dificultades en zonas críticas como las de
la inversión obligan a tomar iniciativas que, negro sobre blanco,
están conduciendo al gobierno de Kirchner a aquella disyuntiva
de hierro: más política económica expansiva o
ingreso en un escenario de mayores costos políticos, derivados
de acciones más restrictivas, con negativas a los sindicatos
y acrecentamiento de conflicto social.
La cruda realidad presenta para el 2006 exigencias de pagos externos
y limitantes en la curva hasta ahora creciente de la recaudación
que impondrán, por si solas, límites a la lógica
devideana del aumento del gasto. Sin embargo, también es un
dato duro de la realidad la dificultad manifiesta del gobierno nacional
frente al desafío de alcanzar mayores consensos, sobre todo
hacia dentro de su partido, de forma de encolumnar a los hoy muy dispersos
intereses y lograr una mejor sintonía entre el oficialismo
en el Ejecutivo, el justicialismo en el Congreso y el peronismo en
la CGT.
Gobernar es dar trabajo
El debate del modelo no tendría porqué sepultar aquellos
ejes principales del proyecto kirchnerista de recuperación
de la participación de los asalariados en la torta de ingresos,
reducción de la tasa de desocupación y aumento del rol
del Estado en el conjunto de la economía. Pero lo que definitivamente
empieza a mostrarse como inviables son los intentos por alcanzar aquellos
objetivos mediante sencillas y claramente irresponsables políticas
de alto gasto público, que aunque porcentualmente sigue en
niveles inferiores a los de los ’90 en términos de PBI,
ha generado una presión inflacionaria que ataca directamente
el objetivo de mejorar los ingresos de los trabajadores.
Kirchner corrió hasta ahora la maratón de gobernar con
el empuje inmejorable de una economía en recuperación
desde el pozo de la crisis, en un marco internacional más benévolo
del que vendrá, y con los recursos políticos que le
dieron la ley de Emergencia Económica y la tácita asunción
por parte de las fuerzas de oposición de que se trataba de
un momento histórico sin margen para un nuevo fracaso del Ejecutivo.
Desde el 23 de octubre la cosa cambiará de plano. Tanto porque
la economía no cuenta con ese empuje extra, como por el agotamiento
del crédito o handicap que políticamente benefició
a Kirchner tras su accidentada llegada al poder. En ese marco, las
correcciones de fondo que exige el modelo político-económico
difícilmente den margen al primer mandatario para jugarse con
políticas de sesgo populistas.
Es cierto que Kirchner ya tiene acostumbrado a los argentinos a una
diferencia importante entre sus dichos y el hacer, con beneficio claro
del hacer en términos de mesura y racionalidad política
y económica. Ahora, también es verdad que los tiempos
de la recuperación le permitieron al gobierno jugar hasta ahora
con cartas marcadas, un dato que la realidad no permite proyectar
para el día posterior a las elecciones.
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