Opinión: el país

La pelea por el modelo en la campaña

 
 
Cristina Fernández de Kirchner tiene una dura pelea en la campaña electoral con Hilda «Chiche» Duhalde.
Los intentos del kirchnerismo por poner el eje de la discusión en el modelo político y de crecimiento no le dieron el resultado esperado.


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  Por Darío D’Atri

A una semana de las elecciones, el gobierno nacional busca sacar rédito de lo que sucede con la economía.

Buenos Aires, Corresponsalía > El gobierno hizo algún esfuerzo por poner la discusión sobre el modelo político y de crecimiento en el foco de la campaña electoral, pero habrá que admitir que se trató de un intento no muy convincente, que fracasó antes casi de comenzar la carrera proselitista. Por su parte, las fuerzas de la oposición, y sobre todo el duhaldismo, eligieron cambiar el eje de confrontación con el kirchnerismo, logrando claramente que la discusión electoral se circunscriba al debate sobre el estilo presidencial, el menor o mayor apego de Kirchner a las formas democráticas y la necesidad de aumentar el control opositor sobre las decisiones del oficialismo.
Ahora, llegado el envión final de la campaña con vistas al domingo 23, toda la disputa electoral se limita a chicanas y verborragia que para la mayoría de la gente son intrascendentes. Es cierto que se trata de una elección legislativa y no de un nuevo gobierno, pero la categoría plebiscitaria que indirectamente le ha otorgado Kirchner a estos comicios habilitarían a imaginar un debate de fondo sobre el horizonte de mediano plazo de la Argentina.
El dato de lo que no se discutió podría pasar al anecdotario de las cosas que pudieron ser y ni siquiera quedaron en el intento, sin embargo, la realidad parece estar tocando con fuerza la puerta de las urgencias políticas y económicas.
En la semana que termina, muy lejos de las chicanas de campaña pero definitivamente cerca de lo que impacta en el día a día de la gente, la realidad política y económica dio muestras de claros indicios de cambios de escenarios que pueden complicar velozmente el horizonte del 2006, y alterar los ejes sobre los cuales caminó el gobierno en sus dos años y medio iniciales de mandato.

Iniciativa y piloto automático
No hay sino especulaciones sobre el mapa político que los resultados del 23 dejaran al presidente Kirchner, pero ya es evidente la confrontación entre dos visiones opuestas que hoy dividen al gobierno en relación a qué hacer el día después de los comicios. En ambos casos, la cuestión de fondo es el debate sobre el modelo político-económico a seguir, aunque en la superficie todo se pueda limitar a las decisiones que vaya a tomar Kirchner a la hora de rearmar su gabinete.
De un lado, el “ala setentista” liderada por el ministro Julio De Vido, decidida a profundizar los grandes ejes de la acción de gobierno, aquella basada en un apalancamiento de la economía con instrumentos de aliento forzado y artificial de la demanda, vía un poderoso aumento del gasto publico que, sin dudas, no podrá mantener ese ritmo durante el 2006.
En el otro bando, los lavagnistas y unos cuantos funcionarios seriamente preocupados por el horizonte inmediato de alto riesgo inflacionario y, sobre todo, por la chance de que las elecciones den a luz un Kirchner tentado por un modelo de billetera fácil que, justo por estos días, comienza a mostrar signos fuertes de agotamiento.
¿Ejemplos?: el encadenamiento de conflictos gremiales, cebados por cierta ilusión oficial consistente en forzar una recuperación acelerada del poder adquisitivo del sector formal de los trabajadores. Si bien es necesario admitir que el oportunismo electoral dio al conflicto de los camioneros una magnitud que dos semanas después no hubiera tenido, la consecuencia de la intervención presidencial para frenar la bola de nieve del desabastecimiento de bebidas gaseosas y cervezas indica que el gobierno dispone de pocos o nulos argumentos más allá de la concesión a los reclamos crecientes de los sindicatos.
Hoy por hoy, en el gobierno nacional apenas atinan a realizar gestos de administración de los conflictos, para que no desborden hacia el conjunto de la sociedad, pero el fondo de la cuestión es la dificultad para imaginar qué pasos dará el presidente en orden a lograr que el justicialismo imponga a los principales gremios algún grado de sentido común a los reclamos salariales. Hasta ahora, todo apunta en el rumbo opuesto, cada vez que se conceden aumentos que duplican o triplican la inflación anual, y cuyo destino es un traslado inevitable a los precios.
La magnitud de la crisis del 2001/2002 fue tal que la economía planeó guiada por un veloz piloto automático de casi tres años. Ahora, en cambio, el achatamiento de la curva de crecimiento y las dificultades en zonas críticas como las de la inversión obligan a tomar iniciativas que, negro sobre blanco, están conduciendo al gobierno de Kirchner a aquella disyuntiva de hierro: más política económica expansiva o ingreso en un escenario de mayores costos políticos, derivados de acciones más restrictivas, con negativas a los sindicatos y acrecentamiento de conflicto social.
La cruda realidad presenta para el 2006 exigencias de pagos externos y limitantes en la curva hasta ahora creciente de la recaudación que impondrán, por si solas, límites a la lógica devideana del aumento del gasto. Sin embargo, también es un dato duro de la realidad la dificultad manifiesta del gobierno nacional frente al desafío de alcanzar mayores consensos, sobre todo hacia dentro de su partido, de forma de encolumnar a los hoy muy dispersos intereses y lograr una mejor sintonía entre el oficialismo en el Ejecutivo, el justicialismo en el Congreso y el peronismo en la CGT.

Gobernar es dar trabajo
El debate del modelo no tendría porqué sepultar aquellos ejes principales del proyecto kirchnerista de recuperación de la participación de los asalariados en la torta de ingresos, reducción de la tasa de desocupación y aumento del rol del Estado en el conjunto de la economía. Pero lo que definitivamente empieza a mostrarse como inviables son los intentos por alcanzar aquellos objetivos mediante sencillas y claramente irresponsables políticas de alto gasto público, que aunque porcentualmente sigue en niveles inferiores a los de los ’90 en términos de PBI, ha generado una presión inflacionaria que ataca directamente el objetivo de mejorar los ingresos de los trabajadores.
Kirchner corrió hasta ahora la maratón de gobernar con el empuje inmejorable de una economía en recuperación desde el pozo de la crisis, en un marco internacional más benévolo del que vendrá, y con los recursos políticos que le dieron la ley de Emergencia Económica y la tácita asunción por parte de las fuerzas de oposición de que se trataba de un momento histórico sin margen para un nuevo fracaso del Ejecutivo.
Desde el 23 de octubre la cosa cambiará de plano. Tanto porque la economía no cuenta con ese empuje extra, como por el agotamiento del crédito o handicap que políticamente benefició a Kirchner tras su accidentada llegada al poder. En ese marco, las correcciones de fondo que exige el modelo político-económico difícilmente den margen al primer mandatario para jugarse con políticas de sesgo populistas.
Es cierto que Kirchner ya tiene acostumbrado a los argentinos a una diferencia importante entre sus dichos y el hacer, con beneficio claro del hacer en términos de mesura y racionalidad política y económica. Ahora, también es verdad que los tiempos de la recuperación le permitieron al gobierno jugar hasta ahora con cartas marcadas, un dato que la realidad no permite proyectar para el día posterior a las elecciones.

 

 


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