«Alivio de luto», de Joaquín Sabina

Un Joaquín Sabina sobreviviente

 
 

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  Por SERGIO ARBOLEYA

Buenos Aires (Télam) >
A tres años de su anterior álbum «Dímelo en calle», Joaquín Sabina regresó a bateas con «Alivio de luto» un material oscuro e intimista en que la caricatura noctámbula y excesiva que supo construir con esmero, da paso ahora a un personaje cercado por realidades menos chispeantes.
Después de superar una lesión cerebral leve y de publicar una placa irregular en que continuaba su tránsito plagado de desventuras trasnochadas, el cantautor español se abismó en una severa depresión que fue el territorio en que gestó el flamante «Alivio de luto».
Sabina dice haber dejado la noche y la cocaína y el abandono de esas dos facetas de su trajinada vida parecen condicionar un discurso estético que para construirse volvió a necesitar de la complicidad de sus compañeros de toda la vida: Antonio García de Diego y Pancho Varona (a quienes dedicó «Resumiendo») y a los que se sumaron José Romero y Tino di Geraldo. Alejado de pasiones mundanas y quizá más cerca de las sombras de su alma, el trovador no deja de encarnar al perdedor que seduce por sagacidad e ironía, pero al haber levantado el pie del acelerador la calma revela algunas liviandades que antes se ocultaban por debajo del vértigo.
La placa se inaugura con el logrado fresco testimonial de Abelardo y Eloisa, dos emigrantes sin papeles, un par de «Pájaros de Portugal», pero enseguida llama a hacer las paces en «Pie de guerra».
Realmente personal como pocas veces antes, le escribe a su hija en «!Ay, Rocío!» y le confiesa sin tapujos «.../Sufro tu adolescencia como una insolencia/que disfruta volviéndome loco, no seas hija de puta/si me das jaque mate, me enroco/.../», y enseguida abandona en parte esa veta para postular que busca «.../una canción capaz de hacer/de tripas corazón/para seguir, para volver/.../». Con una pertenencia tan eficaz como filosa, repasa la ligazón con su tierra en la rítmica «Paisanaje» y en la atractiva «Máter España» donde califica a su país desde diferentes miradas que resumen tradiciones, afluentes e influencias para acabar preguntándose: «.../ Quién me ha robado el siglo veintiuno?/.../».
Un par de piezas con flojos vestidos instrumentales, dan paso al segmento de desamores con aroma de mujer en que Sabina exhibe su oficio para perfilar en cuatro atractivas páginas las siempre tormentosas relaciones con el sexo opuesto. «Con lo que eso duele», «Dos horas después» («.../Han pasado los días como hojas/de libros sin leer/»), «Nube negra» («.../Sólo puedo pedirte que me esperes/al otro lado de la nube negra/allá donde no quedan mercaderes/que venden soledades de ginebra/.../») y «Seis tequilas» («.../Me falta un corazón/me sobran cinco estrellas/de hoteles de ocasión/donde dejar mis huellas/con nada de ocultar/.../»).
 

 


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