Buenos Aires (Télam) > A tres años de su anterior
álbum «Dímelo en calle», Joaquín Sabina
regresó a bateas con «Alivio de luto» un material
oscuro e intimista en que la caricatura noctámbula y excesiva
que supo construir con esmero, da paso ahora a un personaje cercado
por realidades menos chispeantes.
Después de superar una lesión cerebral leve y de publicar
una placa irregular en que continuaba su tránsito plagado de
desventuras trasnochadas, el cantautor español se abismó
en una severa depresión que fue el territorio en que gestó
el flamante «Alivio de luto».
Sabina dice haber dejado la noche y la cocaína y el abandono
de esas dos facetas de su trajinada vida parecen condicionar un discurso
estético que para construirse volvió a necesitar de la
complicidad de sus compañeros de toda la vida: Antonio García
de Diego y Pancho Varona (a quienes dedicó «Resumiendo»)
y a los que se sumaron José Romero y Tino di Geraldo. Alejado
de pasiones mundanas y quizá más cerca de las sombras
de su alma, el trovador no deja de encarnar al perdedor que seduce por
sagacidad e ironía, pero al haber levantado el pie del acelerador
la calma revela algunas liviandades que antes se ocultaban por debajo
del vértigo.
La placa se inaugura con el logrado fresco testimonial de Abelardo y
Eloisa, dos emigrantes sin papeles, un par de «Pájaros
de Portugal», pero enseguida llama a hacer las paces en «Pie
de guerra».
Realmente personal como pocas veces antes, le escribe a su hija en «!Ay,
Rocío!» y le confiesa sin tapujos «.../Sufro tu adolescencia
como una insolencia/que disfruta volviéndome loco, no seas hija
de puta/si me das jaque mate, me enroco/.../», y enseguida abandona
en parte esa veta para postular que busca «.../una canción
capaz de hacer/de tripas corazón/para seguir, para volver/.../».
Con una pertenencia tan eficaz como filosa, repasa la ligazón
con su tierra en la rítmica «Paisanaje» y en la atractiva
«Máter España» donde califica a su país
desde diferentes miradas que resumen tradiciones, afluentes e influencias
para acabar preguntándose: «.../ Quién me ha robado
el siglo veintiuno?/.../».
Un par de piezas con flojos vestidos instrumentales, dan paso al segmento
de desamores con aroma de mujer en que Sabina exhibe su oficio para
perfilar en cuatro atractivas páginas las siempre tormentosas
relaciones con el sexo opuesto. «Con lo que eso duele»,
«Dos horas después» («.../Han pasado los días
como hojas/de libros sin leer/»), «Nube negra» («.../Sólo
puedo pedirte que me esperes/al otro lado de la nube negra/allá
donde no quedan mercaderes/que venden soledades de ginebra/.../»)
y «Seis tequilas» («.../Me falta un corazón/me
sobran cinco estrellas/de hoteles de ocasión/donde dejar mis
huellas/con nada de ocultar/.../»).