Por VICKY CHÁVEZ (*)
El testimonio de María José, madre del recordado
párroco de San Cayetano, pone luz sobre la trayectoria de su
hijo en la región.
Con casi noventa y seis años de vida pero dueña de una
privilegiada memoria, doña María nos lleva a introducirnos
en su nostálgico mundo plagado de los recuerdos de su hijo
Juan, de su obra, de su ordenación como sacerdote en la diócesis
neuquina. Gran amigo, colaborador de don Jaime de Nevares, a quien
acompañó hasta en los últimos momentos de su
vida.
1928
El Padre Juan, como lo conocíamos todos, nació en General
Villegas, Provincia de Buenos Aires, el 28 de agosto de mil novecientos
veintiocho. Cursó sus estudios primarios en Buenos Aires, en
una escuela estatal, para más tarde ingresar al seminario en
un hogar salesiano.
Era hijo de doña María José Araya nacida el 19
de julio de 1909 en Alma de Gran Canaria (llegó a nuestro país
a los dos años de edad), y de don Manuel San Sebastián,
argentino, hijo de españoles. En sus años jóvenes,
María José se desempeñó como maestra rural
“autodidacta” y el 24 de abril de 1926 se casó
con Manuel con el que tuvo dos hijos: José María y Juan.
Dios quiso que Manuel dejara este mundo cuando Juan era muy joven,
una pérdida irreparable que lo marcaría de por vida.
La inquieta María José estudió filosofía,
psicología y relaciones humanas cuando ya había cumplido
cuarenta años de edad. Brindó sus conocimientos dedicándose
a dictar conferencias. “Mi misión era orientar a la gente
y darle energía a los que más lo necesitan. Energía
es amor” –afirmó-.
A los 40 años, estudió filosofía, psicología
y relaciones humanas y se dedicó a dictar conferencias.
Vocación religiosa
María José relata “que a los 11 años Juan
quiso ser sacerdote”, razón por la cual cursó
estudios secundarios en el “Colegio Don Bosco” de la localidad
bonaerense de Ramos Mejía. Después, se fue a estudiar
a Bernal, a Fortín Mercedes y en Bahía Blanca hizo el
seminario. Cuando terminó el seminario –afirma María
José- debían ir a Roma, pero Juan no quiso”.
Por distintos motivos, Juan dejó los estudios sacerdotales
y los reanudó años después. En ese lapso, estudió
Filosofía y Letras en la Universidad del Salvador, que le permitiría
años más tarde escribir los libros referidos a su prolífica
labor junto al Primer Obispo de Neuquén don Jaime de Nevares:
“Don Jaime Francisco De Nevares: del Barrio Norte a la Patagonia”,“La
Catedral pobre de Neuquén, testigo mudo de ricas historias”,“El
club del soldado” y “Cristo en mí”, autobiografía,
que al momento de su fallecimiento no había sido editado. Hernán
Ingelmo –indica María José- se encargó
de pasarlo a la computadora”.
Voz de tenor
Entre los nostálgicos recuerdos, María José rescata
un detalle característico de Juan, tenía voz de tenor
y por eso cantaba en el coro de la Iglesia de San Carlos.
Juan fue amigo y compañero del Padre Juan Gregui, otro sacerdote
que realizó una obra similar a la de Juan en el los colegios
Don Bosco y San José Obrero.
“Mi hijo siempre dibujaba dos ojos. Esto significa morir con
los ojos abiertos, conocimiento de la vida” nos relató
María.
Juan fue ordenado sacerdote por monseñor de Nevares el 29 de
junio de 1966, ceremonia llevada a cabo en Neuquén Capital.
Durante más de veinte años fue Canciller del Obispo
de Neuquén y de su sucesor Monseñor Agustín Radrizzani.
Ejerció la docencia en el Colegio Don Bosco de Bahía
Blanca y en el Colegio Don Bosco de Neuquén. Al momento de
su fallecimiento en marzo de 2003, el padre Juan se desempeñaba
como cura párroco de la Parroquia San Cayetano de nuestra capital.
El barrio lo vio trabajar en los fríos días del invierno
y en las calurosas tardes del verano, sin desfallecer hasta alcanzar
la meta propuesta: su labor fecunda para los más necesitados.
Su amistad con el obispo don Jaime lo llevó a practicar ese
modelo de vida: dar la vida por los indefensos, clamar la justicia
para los que no tienen voz.
Profunda fe
Terminamos la entrevista con doña María José
que nos llevó a pasear por la vida de su hijo Juan y nos habló
de temas muy variados donde siempre estuvo presente la confianza y
el poder de Dios.
Hoy, María José reparte su vida entre Buenos Aires,
allí tiene el amor de sus nietas, y su vida en Neuquén
en el Barrio Parque Ciudad Industrial, en la casa de la familia de
Lalo y Rosa Moscoso de Abello, a quienes agradece infinitamente porque
en esta casa revive los momentos transcurridos con su hijo Juan, en
ese barrio que forjó y que aún esta latente en el recuerdo
de todos sus moradores.
Agradezco a María José Araya. Este es un homenaje al
Padre Juan San Sebastián a los treinta y nueve años
de su ordenación sacerdotal.
(*) Miembro de la Junta de Estudios Históricos de
Neuquén
¡Alma de poeta!
Con motivo
de los 25 años de su consagración sacerdotal Juan escribió
la poesía “Había una vez un joven…”
dedicada a don Jaime de Nevares.
Porteño
de pura cepa/abogado en Buenos Aires, pintón, de sonrisa fresca,/
lo llamaban “Negro” Jaime.
Todo un
futuro brillante/se abría en el horizonte del joven aristocrático/
nacido en el barrio Norte.
Descendiente
de patricios/ cepa hispana y sangre criolla, De Nevares y Casares/lleva
el sello de la historia.
Paralela
a este árbol/ familiar y genealógico Corre la estirpe
cristiana/ de compromiso apostólico.
Mamó
Jaime en el regazo/de doña Isabel, su madre, Las raíces
de la fe/ de Casares y Nevares.
Un día
para sorpresa/ de doña Isabel, el Negro, le contó que
seguiría,/ el llamado del Dios Bueno.
Parte II
Enfundado
en la sotana/ Como un chico más, en medio, Don Jaime- así
lo llamaban-/corría por los recreos.
Salesiano
de Don Bosco,/ por elección, patagónico Fue Director
de colegios/y sacerdote apostólico.
Un día
mientras jugaba/al fútbol con los muchachos, llegó a
Viedma un telegrama/ Que lo dejó casi helado.
Juan XXIII,
Juan el bueno,/lo elegía desde Roma/para Obispo de Neuquén,
provincia de Patagonia.
Parte III
Aquí
comienza otra historia,/la tercera de esta serie: al abogado porteño,/
de Pastor su Dios lo quiere.
Mil nueve
sesenta y uno / Obispo en tecnicolor; Neuquén se puso de fiesta;/don
Jaime el puente cruzó.
Como río
de cordillera/las lluvias del atropello Hicieron crecer su voz/En
defensa de su pueblo.
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