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Buenos Aires (Corresponsalía)
> Las falsas antinomias han desplazado a las antinomias históricas,
que -dicho sea de paso- en su gran mayoría terminaron demostrándose
tan falsas como las que vinieron a ocupar su lugar. Y, sin importar
su grado de autenticidad, los argentinos parecemos comportarnos con
igual docilidad hacia unas y otras antinomias. Sabedor de esa debilidad
de la sociedad argentina, el poder, cualquiera sea su magnitud y el
lugar que ocupe, se encarga de engendrarlas, cultivarlas y propagarlas;
otras veces sus representantes -y, lo que es peor, los ciudadanos de
a pie- funcionan como transmisores inconscientes del interés
del mismo poder por hacer que las falsas antinomias sean entendidas
como «la verdad» en la interpretación de la realidad.
Los últimos días han sido pródigos en el ejercicio
criollo de la falsa antinomia. Kirchnerismo versus duhaldismo; plebiscito
presidencial versus el caos; sindicalistas gordos versus sindicalistas
flacos; justicia garantista versus justicia no garantista... Y en función
de acarrear agua hacia el molino de conveniencia del polo de esa falsa
antinomia, qué importa lo que se haga, menos aún lo que
se diga.
Desafío personal
El Presidente ha hecho de las elecciones legislativas de octubre un
desafío personal: o se plebiscitan sus dos años de gestión,
o el proceso de normalización político-institucional,
económica y social que encabeza deviene en otra debacle.
La pretensión de Néstor Kirchner de refrendar en las
urnas un gobierno que nació sietemesino parece lógica,
pero de allí a plantear el dilema en un falso «yo o el
caos», hay mucha distancia. Además, al plantear la elección
como un plebiscito, corre el riesgo de que una elección que
refrende su acción de gobierno con una mayoría no holgada
pueda llegar a interpretarse como una catástrofe.
Cambios de discursos
El planteo atraviesa en todos los sentidos el reciente comportamiento
del Presidente y del gobierno todo, y justifica, a los ojos de los
inquilinos de la Rosada, los cambios de discursos. El caso más
elocuente es el de la Ciudad de Buenos Aires, seguramente porque con
Santa Fe son los distritos más populosos que mayores desafíos
presentan a la obsesión plebiscitaria. Kirchner no tuvo reparo
alguno en los últimos tiempos en virar sus posicionamientos
en función de hacerlos confluir con los ánimos siempre
mutantes de una clase media mayoritaria dentro del electorado porteño.
Comenzó a marcar distancia de Aníbal Ibarra, su aliado
en la «transversalidad», al que contribuyó decisivamente
a permanecer en el gobierno capitalino en la elección de 2003.
Las secuelas de la tragedia de Cromagnon han colocado a Ibarra en
un tobogán, y el Presidente no está dispuesto a hacer
nada para revertir esa caída; peor aun, hace para acelerarla:
criticó el estado de los colegios porteños en medio
de una menor ola de protestas estudiantiles y dejó trascender
que el frente con el que buscará pelear un ambicioso segundo
puesto ante Elisa Carrió y Mauricio Macri, excluirá
al ibarrismo.
También el empeño sintonizador con el electorado porteño
lo llevó a romper con un valorado comportamiento de abstinencia
política respecto de la Justicia que había inaugurado
con los cambios promovidos en la Corte Suprema. De «cachetazo
vergonzante para la sociedad» se apresuró a calificar
Kirchner la decisión judicial de excarcelar sin anular su procesamiento
a Omar Chabán, cuando rápido de reflejos percibió
que la medida contrariaba el ánimo mayoritario de la sociedad,
que percibía en él una manifestación más
de impunidad, después de la días antes sacó a
María Julia Alsogaray de la cárcel.
Impunidad y Justicia
La lucha contra la impunidad volvió a colocar en escena a Juan
Carlos Blumberg y con ello a reabrir el debate sobre una antinomia
que deviene en falsa cuando la política, como sucede desde
hace tiempo, se impone sobre las leyes: justicia garantista y justicia
no garantista.
La aplicación de Justicia, en cualquier caso, ¿no debería
limitarse a la aplicación de la letra fría de las leyes,
guste o no?. De lo contrario, cuando la política mete la mano,
no se hace otra cosa que minar la institucionalidad de uno de los
poderes.
Enfrentamientos en el PJ
Falsa antonomia, también, el enfrentamiento en el PJ bonaerense,
aunque pueda no parecerlo por ser la pelea en términos destemplados
parte de la naturaleza del justicialismo.
El enfrentamiento se reduce a quién controla los recursos.
¿O es que hay diferencias sustanciales de proyectos entre las
cabezas del enfrentamiento, Kirchner y Eduardo Duhalde?. La prueba
en contrario, ¿no es acaso el gradual corrimiento hacia el
sector kirchnerista de intendentes del Gran Buenos Aires y hasta del
gobernador que otrora comulgaban con Duhalde y en su momento hasta
con Carlos Menem?.
Sirva de prueba el sinceramiento, por no decir desparpajo, que en
estos tiempos electorales tuvo el ministro del Interior. «Yo
lo voté dos veces a Carlos Menem y no me siento arrepentido
por haberlo hecho», dijo Aníbal Fernández en la
visita a Santa Rosa que hizo el martes con el Presidente, después
de haber presentado como kirchneristas al gobernador Carlos Verna
y al senador Rubén Marín, connotados menemistas hasta
las presidenciales de 2003.
El propio Presidente se hizo el distraído cuando le preguntaron
sobre quiénes son los kirhcneristas pampeanos: «...Yo
vine..., yo sólo vine a compartir con todos los argentinos
y todos los pampeanos, un día de trabajo».
Va por todo
A propósito de la provincia de Buenos Aires, Kirchner no repara
en sumar. Su estrategia de «ir por todo, en todos lados»,
lo condujo estos días a intentar la cooptación de sectores
del radicalismo provincial enfrentados a la conducción tradicional,
en momentos en que la pelea con Duhalde sigue abierta y con final
incierto.
Del arte, no de la política, provino estos días una
interpretación acerca de por qué las falsas antinomias
siguen vigentes entre os argentinos.
«Me parece que la culpa la tenemos todos; unos muchísimo
menos y otros más, pero es una cuestión de responsabilidad»,
dijo a propósito de Cromañon, Charly García.
«Si buscás el poder por cualquier medio, generalmente
no llegás al verdadero poder. Podés tener poder diez
o cinco años, pero al final todo mal, porque es un poder que
vos imponés a la gente», reflexionó el músico
de rock. |
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