Opinión: EL PAÍS

Nuevamente, con viento a favor

 
 
El presidente Néstor Kirchner podrá medir el efecto de su gestión en los comicios de octubre.
El 2005 será más que ninguno el año de las pasiones y desafíos electorales , a pesar de que la realidad pide a gritos un año de los consensos.


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  Por Darío D’Atri

El gobierno nacional tiene su primer test electoral y la prueba de tratar de cerrar un acuerdo con los acreedores.

Buenos Aires (Corresponsalía) > Es inevitable un balance, así como es inobjetable un resultado positivo del mismo. El gobierno de Néstor Kirchner ha contado en momentos claves con cierta dosis de suerte y viento a favor, pero es justo admitir que la firmeza con la que ha mantenido los ejes de la política económica disparada a fines de 2002 por Eduardo Duhalde y Roberto Lavagna le ha permitido –con el fenomenal empuje de un altísimo consenso popular- consolidar un ritmo de crecimiento económico envidiable para cualquier otro país.
El jueves pasado, el prestigioso y siempre crítico The Wall Street Journal publicó un extenso y halagador artículo sobre la Argentina, en el que se destacaba sobre todo la ¿paradoja? de nuestro país, que crece a tasas fenomenales, baja el desempleo, aumenta sus reservas y gasta menos de lo que recauda haciendo exactamente lo contrario que sostiene el Fondo Monetario Internacional.
Aunque la realidad no resulte ser tan simple, y la administración kirchnerista adopte como propios dogmas de rigidez en la administración de la cosa pública que el FMI siempre ha pregonado, es indiscutible el hecho de que el cambio político en la relación con el organismo y con el Grupo de los Siete, signado por los desplantes, no ha implicado un impacto negativo en el crecimiento.
Cierto es que conviene reservar un espacio de duda en relación a los efectos mediatos que pueda generar la política de pocos amigos que Kirchner ha cultivado con las empresas internacionales y, sobre todo, en el frente de las relaciones externas. Y algo parecido ocurre con el efecto secundario que seguramente dejará, como una resaca amarga, la salida del default de la deuda externa.
El gobierno, aunque cueste acostumbrarse, parece potenciarse con un estilo confrontativo, que no solo se traduce en duros discursos, sino sobre todo en un modelo de gestión caracterizado por altísimos niveles de concentración de las decisiones, que invariablemente tienen al presidente como principio y final de cada caso complejo. No importa que se trate de la puja con Brasil por la importación de heladeras, del relanzamiento del MERCOSUR o de la crisis con los basureros de la Capital Federal, una y otra vez es el primer mandatario es el que pone su presencia por delante de cualquier manejo razonable, a través de canales indirectos.
Hasta ahora las cosas le salieron bien, pero hay costos que se pagan en el largo plazo. Por ejemplo los asociados a la incapacidad de la administración del santacruceño para definir y lanzar una estrategia de relacionamiento con Estados Unidos, los principales países de Europa y aún con los países claves de América Latina. No es cierto que sean gratuitos los desplantes, cambios de rumbos sobre la marcha, celos irracionales demostrados por Kirchner frente, por caso, a Lula Da Silva, o el desmanejo de la relación con Chile, que ha llegado a limites del absurdo, cuando debería representar por historia, prestigio de Ricardo Lagos y presencia chilena en el mundo una ficha clave en el camino de la reinserción argentina en el mundo.

El largo camino
En la ultima semana el gobierno terminó de tejer la telaraña regulatoria y operativa que le permitirá lanzar el canje de deuda a mediados de enero. Es un dato esencial, aunque no permite anticipar para nada el comportamiento que tendrán los bonistas. A favor operan las condiciones de los mercados internacionales, que vuelven más atractiva la oferta de la Argentina sin que nuestro país deba poner un dólar más sobre la mesa. En contra hay que contar el exagerado objetivo que fijó el FMI para considerar “exitoso” el canje: 80% de aceptación repiten Rodrigo Rato y Anne Krueger.
Para nuestro país es clave que el FMI, es decir, el G-7, de por cerrado el capitulo de la salida del default, porque ese será el disparador de una renegociación ordenada con el Fondo para refinanciar vencimientos durante el 2005, operará como señal aprobatoria en el contexto de decisiones de inversiones de grandes empresas, y le quitará a la Argentina un sayo que la condena desde diciembre de 2001.
Allí es donde comienza a cerrarse el círculo. Aunque sea irrefutable el dato que muestra que la Argentina crece a buen ritmo aún en contra de las políticas del FMI, aunque los pronósticos para el 2005 sean muy favorables, el gobierno está obligado a revisar a fondo su tendencia al manejo prepotente de las relaciones internacionales y con el poder económico, porque solo con consenso y seducción podrá alcanzar la meta de salida del default, tanto del real como del simbólico. En otras palabras, con el canje no alcanza, ni siquiera con un canje exitoso. Hace falta escuchar el reclamo generalizado de gobiernos extranjeros, analistas independientes, del propio mercado y de las empresas internacionales que no han digerido, ni lo harán, el estilo “yo solo contra el mundo” del presidente Kirchner.

El año de las pasiones
Los desafíos de mayor seriedad en el frente externo se contraponen, por así decirlo, con las perspectivas de un 2005 que anticipa un cruel escenario de enfrentamientos políticos con vistas a las elecciones legislativas de octubre. Kirchner jugó en las presidenciales un rol de moderación obligado por el padrinazgo absolutista de Eduardo Duhalde, pero desde el 25 de mayo del 2003 construyó minuto a minuto el corpus de rebeldía que le permitió cerrar un trato poderoso con la gente, pero un creciente batallón de enemigos en el justicialismo.
Es por eso que vale preguntarse qué cambios operará el núcleo duro del gobierno para sortear el fuego cruzado que le prometen en el frente externo el FMI y el G-7, y en el frente interno la pugna electoral en la cual Kirchner se juega el moldeado de la segunda parte de su mandato, esa que puede o no garantizarle el transito despejado a un segundo período.
Hasta ahora las señales enviadas desde la Rosada no son tranquilizadoras, aunque vale siempre recordar que Kirchner negocia pegando y luego conversando. El duhaldismo viene mostrando los dientes desde que consolidó su estructura en las últimas elecciones internas, y el resto del PJ oscila entre la obediencia debida que siempre general un presidente fuerte y hegemonista, y el íntimo deseo de no repetir errores cometidos en los noventa, cuando Carlos Menem reinó con mano dura y sin concesiones sobre el territorio partidario.

 

 


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