La inseguridad que se vive a diario
en el conurbano bonaerense y en la Capital Federal es una asignatura
pendiente para el gobierno nacional. Buenos Aires
(Corresponsalía) > Desde la primera marcha contra
la inseguridad organizada por Juan Carlos Blumberg, el presidente
Néstor Kirchner sabe que nada preocupa más a la gente,
sobre todo en los grandes centros urbanos. Es cierto que los humores
populares, sobre todo en las clases medias y medias altas, son altamente
cambiantes. Pero no hace falta leer estadísticas del delito
para darse cuenta que el crecimiento constante de los casos de secuestros
extorsivos, entre otros delitos de menor impacto emocional, “garantizan”
al gobierno que la problemática de la inseguridad difícilmente
vaya a ceder el triste primer puesto entre las principales cuestiones
de preocupación popular.
En la semana que termina, más allá de la aparición
con vida del chico Nicolás Garnil, se terminó de plantear
al gobierno un complejo escenario en donde los diagnósticos,
la mejor de las voluntades políticas y aún la comprensión
oficial frente a los reclamos populares por mayor seguridad quedan
a años luz de la posibilidad real de resolver el problema de
fondo en el corto plazo.
Panorama
El descontrol en las principales policías del país,
la peligrosa proximidad o directa connivencia entre bandas de delito
organizado y fuerzas de seguridad, el lastre de una década
de ausencia real del Estado y la relación difícil de
precisar pero existente entre crecimiento de la marginalidad y crecimiento
del delito pintan un panorama negro para el gobierno, y Kirchner lo
sabe.
Puede parecer inevitable pero es sumamente peligrosa la determinación
que el presidente puso de manifiesto el jueves, al fotografiarse con
los jefes de la Policía Federal, de Gendarmería y de
Prefectura, de ponerse al frente de la lucha contra la inseguridad,
con foco en el drama de los secuestros extorsivos. Como le ocurre
a Juan Dahlmann, el personaje del cuento El Sur de Jorge Luis Borges,
Néstor Kirchner puede haberse agachado a recoger una daga con
la que sabe que no podrá nunca ganar duelo alguno.
Estrategia
El presidente estableció desde el minuto cero de su gobierno
una estrategia de gestión que concentra casi todos los temas
sobre su espalda, pero si problemas más manejables que el de
la inseguridad han puesto a Kirchner en la instancia de un duro desgaste
de su imagen (que las encuestas independientes ubican en el 40% respecto
de marzo ultimo), el presidente corre un riesgo extremo de pagar costos
políticos altísimos ante el menor traspié en
la lucha contra la inseguridad.
Sin ir más lejos, el jueves próximo la nueva marcha
contra la inseguridad convocada por Juan Carlos Blumberg y otros familiares
de secuestrados implica una amenaza al gobierno en la medida en que
son convocatorias de masividad garantizada, pero que no tienen márgenes
mínimos de contención por parte de sus organizadores.
Por eso, no son pocos dentro y fuera del gobierno quienes por estas
horas se preguntan: “¿y si se le va de las manos la marcha
a Blumberg y desde el Congreso cientos de miles de personas deciden
marchar sobre la Casa Rosada?.
El pez por la boca muere
La intempestiva respuesta del jefe de Gabinete, Alberto Fernández,
a la subjetiva pero gutural carta abierta que la madre de Nicolás
Garnil dirigió contra el presidente de la Nación pone
en blanco sobre negro el estrecho desfiladero por el que caminará
el gobierno ahora que el propio presidente tomó en sus manos
la coordinación de la política contra el delito.
Nadie duda que lo que hace falta es una política de Estado
contra la inseguridad, y sobre todo contra las bandas organizadas
que ejecutan los secuestros extorsivos, pero la cabeza del gobierno
no puede ser el fusible en juego. Kirchner desconfía de casi
todos, pero más lo hace de instituciones como las fuerzas de
seguridad, en las que parece resultar impenetrable cualquier intento
de purificación. De allí que resulte difícil
de comprender la intencionalidad última del “no plan”
oficial disparado el jueves último: el gobierno apuesta a cambiar
la estrategia de los grandes anuncios por medidas concretas en torno
a la lucha contra la inseguridad, pero al mismo tiempo muestra al
presidente como director de esa estrategia de medidas puntuales. ¿Y
si los resultados no aparecen en el cortísimo plazo que fija
la angustia popular ante los delitos?
Perfiles
Todos presumieron que el nuevo ministro de Justicia, Horacio Rosatti
, tendría un rol claramente opuesto al de su antecesor, Gustavo
Béliz, un hombre de altísimo perfil que cargó
sobre sus espaldas el problema de la inseguridad. Sin embargo, una
cosa es anticipar el “alineamiento” de Rosatti con Kirchner
y otra la delegación forzada de su máxima responsabilidad
en el presidente. El cambio de áreas al pasar la seguridad
a Interior, confirman que con la lealtad no alcanzaba.
A la suma de riesgos políticos que implica el papel activo
y cotidiano del presidente como responsable ante la gente de la política
de seguridad, hay que conceder al primer mandatario la dificultad
para mostrar ante la sociedad un compromiso efectivo con problemas
de tan alto impacto, en base al mantenimiento de las reglas tradicionales
de delegación del poder. Kirchner asumió el gobierno
de un país en el que se cuestionaron todas y cada una de las
instituciones e instancias políticas de manejo de la cosa pública,
y supo construir un lazo de confianza acelerado que depositó
en su persona todas las esperanzas.
Dramas
Ahora, todos los grandes dramas, desde la salida del laberinto piquetero
hasta resolución de la pesadilla de los secuestros extorsivos,
tienen de parte de la gente un solo punto de esperanza, y habita en
el primer piso de la Casa Rosada.
El gobierno comienza hoy una semana en la que intentará sacar
del foco excluyente de la atención de la gente la inseguridad
urbana. Apuntará con el anunció de indicadores económicos
y medidas a favor de la producción mejorar el ánimo
colectivo, pero en las calles de la Capital Federal, y sobre todo
del Gran Buenos Aires, el clima se forma con nubes de tormenta alimentadas
por las marchas de los padres de los secuestrados y el temor cotidiano
a ser la próxima víctima. Por eso la estrategia de tapar
el sol con la mano, sumada a la jugada de un Kirchner responsable
final ante el problema de la inseguridad, implica hoy un grave riesgo
político que podría evitarse con menos personalismo
presidencial y capacidad para distribuir desde el gobierno central
a toda la clase política, y la dirigente también, la
responsabilidad de encontrar caminos de salida al drama sin fin del
miedo colectivo.
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