|
Dueña de unos increíbles
ojos azules y de una perfumada coquetería, es auténtica
representante de las mujeres independientes, dedicadas al estudio y
con gran capacidad pedagógica. Polifacética y reflexiva,
refleja la historia de la ciudad que tanto ama.
”A mi hermanita y a mí Amaranto Suárez nos contaba
narraciones de historia de vida de personajes que él había
conocido, de ahí que a mí me interesan mucho las historia
de las personas. A mí me interesa mucho la vida de las personas
y el proceso histórico a través de las historias de
vida.
En el living de su casa, el máximo privilegio lo tienen los
libros que se encuentran ubicados dondequiera se mire: sobre la mesa,
sobre las sillas, sobre los sillones... El segundo privilegio lo tienen
los cuadros que tapizan las paredes con diplomas y fotos familiares,
fundamentalmente de don Amaranto Suárez, a quien Ileana menciona
llamándolo “mi Tatita”... El tercer privilegio
lo tiene su máquina de escribir ubicada en el centro del ambiente.
En la escala de valores de Ileana, por lo visto, primero está
la cultura que guardan los ¿miles? de tomos que atesora. Y
el diálogo se desarrolla, prácticamente, en primera
persona.
“Yo he sido dos veces directora de Cultura y Educación,
directora de Museos, Monumentos, Archivo Histórico y he sido
la primera funcionaria de gobierno cuando no trabajaban mujeres en
el ámbito de gobierno. El periodismo ha dicho una gran verdad,
que yo le abrí el paso en los ámbitos de decisión
a la mujer neuquina. Fui la primera directora de Educación,
de Turismo, de Archivos...en fin, he trabajado durante cuarenta años
para la Provincia con mucho cariño y con mucho empeño.
Ese trabajo que realicé desde muy pequeña hizo que me
relacionara a nivel nacional e internacional con muchas instituciones.
En Buenos Aires estudié ciencias antropológicas, porque
en la época en que yo dirigía el pequeño museo
regional de Neuquén -que era indígena, etnográfico,
que tenía más que ver con las culturas indígenas
americanas que con la parte histórica- la Subsecretaría
de Cultura de la Nación me becó porque era en el campo
de la antropología donde yo podía explayarme referente
a las culturas americanas».
La historia familiar
“Mis padres eran porteños, recuerdo que mi mamá
era del barrio de Flores. A mi padre no lo tengo muy presente porque
yo lo perdí de muy chica. Los dos eran muy estudiosos, universitarios.
Mamá se llamaba Fanny Elena MacCormack, era irlandesa de origen
y papá era vasco francés. Mamá tenía mucha
vocación por la literatura y el arte, pero para ganarse la
vida se había especializado en Ciencias Económicas.
Se radicaron en Neuquén porque mi abuelito Juan Lascaray era
un personaje muy importante en Buenos Aires, presidente de la Bolsa
de Comercio y tenía campos cerealeros. Lo había nombrado
a su hijo representante como consignatario de cereales para la región
Patagónica. Vinieron un poco a la aventura. Pocos años
después, desgraciadamente, mi padre desapareció y mi
mamá tenía ya dos hijitas pequeñas y tuvo que
desempeñarse como asesora en materia económica en los
pocos negocios de la calle Sarmiento, la gran arteria comercial que
sigue siendo hasta el momento. Calculo que llegaron en el año
1924”.
Mamá, el gran modelo
“Mamá era una mujer muy elegante. Había venido
con la elegancia propia de los porteños, y andaba de tacos
altos entre los arenales, con guantes y sombrero. Yo heredé
muchos rasgos de su coquetería, ella se destacó siempre.
Para hacer su carrera trabajaba con historiadores y profesores, era
además taquígrafa y dactilógrafa, era traductora:
dominaba francés e inglés. Mi hermanita Lidia Mabel
y yo hicimos la primaria en la Escuela Nº 2, y después
que regresábamos de clases y antes de ir a jugar, leíamos
algo.
Las circunstancias de la vida hicieron que pasáramos muchos
sinsabores por problemas familiares desde la infancia. Yo, que era
la mayorcita de la casa, tenía la responsabilidad de ser la
compañía de mi mamá ante la ausencia de mi padre.
Mamá era una persona tan culta, leíamos juntas. Ella
había trabajado en el diario La Prensa, había conocido
a muchas personalidades. Yo creo haber heredado de mamá tanto
su cultura como su curiosidad, porque todo me interesa.”
Génesis de una nueva familia
“Yo soy romántica como mamá, que era fina y culta.
La gente me contaba que mamá llamaba la atención, era
contadora, llevaba los libros de los negocios de la calle Sarmiento.
Entre otros, había una casa de automóviles Chrysler-Plymouth
cuyo propietario era don Amaranto Suárez, uruguayo de nacimiento
pero nacionalizado argentino, que luego se convirtió en mi
padrastro. La conoció a mi mamá por intermedio de su
suegra, doña Graciana que era oriunda de Bahía Blanca.
A doña Graciana le llamó la atención una mujer
tan bonita, tan elegante y tan seria pero con dos hijas chiquititas.
Conversando con mamá le contó que su yerno, don Amaranto,
había quedado viudo muy joven, su esposa y su único
hijo habían fallecido. Amarantito murió durante una
epidemia de difteria ocurrida alrededor de 1920.
Desde el punto de vista afectivo, don Amaranto estaba muy inestable,
había compromisos y fue finalmente doña Graciana la
que los presentó. Entre las dos mujeres llevaron adelante su
negocio y organizaron la administración.
Dos hermanas
“Mi hermanita estudió en Bahía Blanca en La Inmaculada,
y yo estudié en el Normal José María Torre, Nº
7, ubicado en la avenida Corrientes al 3500, en el barrio de Almagro.
Mientras vivía en un pensionado, me recibí de maestra
normal nacional a los diecisiete años y tenía entusiasmo
por ingresar a la Universidad.
Cuando volví a Neuquén mi Tatita, don Amaranto, me pidió
que me quedara dos o tres años antes de empezar los estudios
universitarios. Como era un pueblo chiquito, enseguida conseguí
una suplencia en la Escuela Nº 2, luego en la Nº 61. En
ese momento, el Consejo Nacional de Educación estaba organizando
un museo donado por el inspector nacional de Escuela, don Daniel Gatica,
con cosas que él había reunido para las escuelas y las
tenía en Zapala, donde vivía.
Tenía ciertos problemas de salud, por lo que ofreció
su colección para que quedara en Neuquén, por eso luego
de la muerte de Gatica llamaron a concurso nacional. Yo acepté
el reto, el desafío y me puse a estudiar con la ayuda de mi
Tatita y presenté un proyectito muy sencillo. Entre todos los
maestros del país, gané la beca, me entusiasmé
con ese museo. Fui directora durante dos años, hasta que me
interesé por otra beca ofrecida por la Universidad de Buenos
Aires que gané en Ciencias Antropológicas. Comencé
a estudiar, y esa fue una puerta de entrada al contacto con gente
importantísima. Yo era la única becaria patagónica,
de una región de territorios nacionales.
En un principio viví con mis tíos en el barrio de Flores,
pero luego me independicé y me fui a vivir en una pensión
céntrica”.
Venturas y desventuras
“Mi tatita era un hombre muy emprendedor y muy progresista Eso
hizo que invirtiera gran parte de su capital en yacimientos carboníferos
que estaban en ese momento en explotación en Auca Mahuida,
Pampa Tril. Habían venido después de la Segunda Guerra
Mundial ingenieros europeos a trabajar en Neuquén y el resto
de la Patagonia. Todo el capital invertido en puentes, en abrir caminos,
no lo pudo recuperar, por lo que vivió un desastre económico.
Mi madre enfermó del corazón, tuvieron que volver a
empezar de la nada. Después de esto, mi Tatita siguió
los consejos del Doctor Plottier y se dedicó a la fruticultura.
Compró una plantación, cerca del club de Tenis, en el
barrio Limay, donde plantó cuatrocientos nogales y cinco mil
pinos, el jardín era un vergel y estaba feliz con su perro
favorito, Mapuche.
Yo, que era la mayor, me quedé soltera para estar con mis padres.
Mamá antes de morir me dijo, Ileana, cuida de tu padrastro
que ha sido un verdadero padre para ti. Creo que hice lo correcto,
no me casé y acompañé a mi Tatita toda su vida”.
|
|