“Es necesario repensar el papel de la justicia dentro de nuestra democracia”.

 
 
Roberto Gargarella, abogado, sociólogo e investigador del CONICET aborda en este reportaje una pregunta recurrente: qué es la justicia, pero además, la renovación de la Corte Suprema y el fenómeno piquetero.


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Por mariana percovich

Roberto Gargarella se recibió de abogado y de sociólogo en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y completó sus estudios de posgrado en las Universidades de Oxford y de Chicago, donde obtuvo el título de Doctor en Jurisprudencia. En la actualidad es investigador del CONICET y enseña Teoría Constitucional en la Universidad Di Tella y en la UBA. Escribió, entre otros, La justicia frente al gobierno, Nos los representantes y Crítica de la Constitución. Sus zonas oscuras.

Hace siglos que los pensadores de todos los tiempos se vienen preguntando sobre qué es la justicia. En esta entrevista, Roberto Gargarella retoma esa pregunta, innumerables veces formulada, y cuestiona algunos de los principios de nuestra Constitución, a la que caracteriza como “hostil a nuestra intervención en política e incapaz de favorecer el debate público”. Además, adelanta su visión de cómo resolverá la nueva Corte Suprema el tema de los piqueteros procesados.

¿Las recientes incorporaciones en la Corte Suprema de Justicia marcan una mera renovación de magistrados o un cambio más profundo en el órgano superior del Poder Judicial?
Hay algo importante en este cambio: nombres de gente valiosa. Pero hay también muchas limitaciones que marcar. Primero porque una cuestión es la designación y otra lo que pasa después de que los jueces asumen. Entonces, es muy valioso haber mejorado los mecanismos de designación, pero no hay que perder de vista que son funcionarios nombrados de por vida, a los que no elegimos democráticamente, a los que no podemos remover, y a los que ni siquiera podemos presionar institucionalmente cuando genuina y sistemáticamente disentimos con ellos. Por lo tanto, celebro algunos de los nombres y celebro la autolimitación presidencial. Pero el problema de fondo permanece.

¿Cuál sería una alternativa más democrática de elección de los jueces? ¿Deberían ser removibles, deberían cumplir un período?
Acá y en todos los países existe una tensión muy fuerte entre intuiciones que solemos defender (la democracia, el republicanismo) y los poderes que damos a los jueces, teniendo en cuenta la carencia de controles que nos hemos reservado sobre ellos. Haber hecho más transparente la selección, haber abandonado el secreto, haber puesto más filtros a su nombramiento, es importante, pero si uno quiere dar solución a los problemas judiciales concentrándose exclusivamente en la designación de sus miembros, se queda en la puerta de entrada del problema. Hay que pensar qué es lo que ocurre cuando los magistrados seleccionados ya han ingresado al aparato judicial. Piénsese en lo que pasó durante el menemismo: entonces, se nombraron al menos algunos jueces que podían haber pasado cualquier examen de ingreso, pero cuyo problema fue que demostraron ser demasiado sensibles a las presiones del poder político. Repito, hay que ver lo que sucede después de que los jueces asumen.¿Qué controles nos reservamos sobre ellos -teniendo en cuenta, sobre todo, el tipo de poderes que se han reservado, y que incluyen la capacidad de pronunciar la “última palabra” institucional, anulando, si es necesario, las decisiones tomadas por la mayoría? Adviértase que los jueces son, en definitiva, los que nos dicen si tenemos derecho al divorcio o al aborto, hasta dónde llega nuestra libertad de expresión- lo que incluye la protesta social-; si los presidentes pueden ser reelegidos o no, para dar sólo unos ejemplos.

¿La sociedad es conciente de todo el poder que le da a los jueces?
No. Porque se asume que la tarea de interpretación de la Constitución es algo fuera de discusión, que la función judicial es puramente técnica, cuando en realidad sus decisiones –aún las mejores- son siempre controvertibles. Piense que cuando la Corte decide un caso y sus miembros votan, digamos, cuatro a favor y cinco en contra (algo que ocurre todos los días), lo que está ocurriendo es que mitad del tribunal piensa que la Constitución dice una cosa y la otra considera que ella dice exactamente lo contrario. Creo que hay que echar luz sobre esto.

¿Qué medidas se podrían implementar para aumentar el control ciudadano sobre los jueces?
Nos hemos acostumbrado a que las decisiones más importantes se tomen lejos de nuestras manos, tenemos muy poca injerencia en el diseño de las políticas del gobierno que afectan nuestras vidas de un modo inmediato; eso habrá que pensar cómo recuperarlo. Porque no solo no se nos consulta a la hora de la toma de decisiones sino que se nos dice que no nos podemos animar siquiera a cuestionar estas medidas.

¿Qué quedó de la demanda –y movilización social- de destitución de la Corte Suprema que surgió a inicios de 2002?
Quedó algo importante: reconocer que tenemos derecho a ejercer reclamos aún sobre un órgano como la Corte Suprema. Eso, que es algo muy importante, quedó instalado. Se rompió la idea que lo que hace la Corte es ajeno a cualquier reflexión ciudadana. Sin embargo, seguimos con una ilusión equivocada de pensar que los problemas se resuelven con mejores nombres y no con cambios institucionales.

¿Cuándo nos acostumbramos a no participar de las decisiones que nos afectan?
Tanto las dictaduras como las democracias delegativas presentes han contribuido a reafirmar una práctica de gobiernos poco sensibles a las demandas ciudadanas que está con nosotros desde la época de la conquista.

¿Por qué hace falta un mayor debate sobre nuestra Constitución?
Porque es una Constitución que no promueve sino que tiende a socavar las posibilidades de nuestro autogobierno. Porque es una Constitución hostil a nuestra intervención en política, no favorece el debate público y ahonda la distancia entre los representantes y los representados. Por supuesto, no es cierto que cambiando un artículo de la Constitución cambiamos nuestra vida política, pero tampoco lo es que la Constitución no tenga influencia directa sobre nuestra vida cotidiana.

¿Qué herramientas tiene un juez para evitar las presiones del poder político?
Eso depende de la moral o no de la moral de cada juez que es algo en lo que no me quiero meter, lo que tenemos que preguntarnos es si tenemos o no herramientas para controlarlos.

¿Qué va a resolver la Corte Suprema cuando, en breve, tenga que pronunciarse sobre el primer juicio contra un piquetero que llega a esta instancia, el caso de Marina Schifrin, la maestra rionegrina condenada a tres meses de prisión en suspenso por participar de un corte de ruta en Bariloche hace siete años?
Hay una cuestión muy seria en juego. Es posible que la Corte no condene a esta mujer pero que lo haga por las malas razones: prescripción de plazos o fallas de procedimiento en instancias anteriores. Lo que no creo que haga es ir a la sustancia del asunto, para consagrar una protección especial para quienes protestan contra el poder público. Puede ser el primer gran error de esta nueva Corte.

¿Hasta dónde este caso puede funcionar como un “caso testigo” y adelantar qué es lo que va a suceder con las 3.000 personas procesadas por cortar calles y rutas en todo el país?
La Corte tiene mucho para decir pero no creo que lo diga. Si tomara la actitud que la Constitución le exige que tome, mostraría que se asume como guardiana de la Constitución, mostraría que reconoce la presencia de algo extremadamente importante en la crítica al poder público.

Kirchner ha dicho varias veces que no va a reprimir la protesta social, pero esta semana declaraciones de funcionarios de primera línea dieron a entender que esta postura kirchnerista no va a durar in eterrnum. ¿No nos conviene a todos que el Poder Judicial se pronuncie sobre el tema y así evitar que la gota rebalse el vaso y que otra vez la sangre llegue a las calle y que otra vez responsabilidades y culpas recaigan en el poder Ejecutivo? ¿Qué se puede hacer para que la justicia no esquive el asunto?
Lo que se puede hacer es dar a conocer esta exigencia, alentar a que se pronuncie del modo constitucionalmente exigible. En las trágicas situaciones en que hay choque de derechos tiene que resguardarse hasta último momento los de quienes protestan.

¿Administrar justicia en la Argentina siempre fue difícil o ahora es más difícil que antes a causa de las mayores desigualdades sociales?
No creo que las desigualdades sean un impedimento para hacer justicia, sino más bien una razón adicional para llegar a ella. En este sentido me resulta útil el ejemplo del Juez Baltasar Garzón en España. Ese ejemplo nos dice que pueden enfrentarse injusticias gravísimas aún con recursos muy limitados. Creo que lo mismo podría aplicarse para enfrentar la persistente desigualdad social que distingue hoy a nuestro país. Para ello también es necesario repensar el papel de la justicia dentro de nuestra democracia.

 

 


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