La protesta social: qué es el movimiento piquetero

Retrato de una trama compleja

 
 


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  Por Juan Rezzano

El movimiento piquetero es un complejo entramado que reúne a dirigentes sociales genuinamente comprometidos, a oportunistas, a los vivillos que nunca faltan, a punteros políticos de diferentes colores y a la gran masa de excluidos del circuito económico, laboral y cultural de este país.
Su nacimiento tuvo en la espontaneidad un rasgo fundamental, porque si algo está claro es que esta expresión no podría haber tenido lugar en otro escenario que en el de una sociedad desintegrada y atravesada por una crisis social sin prececentes, que relegó a una porción abrumadora de la población a los bordes –o fuera de ellos- del sistema, y la sumergió en condiciones de vida indignas y desesperantes.
No obstante, el movimiento piquetero no es una organización horizontal ni anárquica. Tiene dirigentes y dirigidos y, pese a las críticas que los primeros expresan hacia las estructuras políticas tradicionales, replican con prolijidad sus métodos de construcción de poder.
Los partidos –fundamentalmente el radicalismo y, por sobre todo, el peronismo- han edificado históricamente su poder a partir del tejido de una red basada en el trabajo de campo de los punteros. Estos son dirigentes que, con financiación siempre difusa -alimentada en buena medida por las llamadas “cajas” del Estado-, realizan una tarea “social” a través de la cual crean “clientes” que, a la hora de votar y de los actos políticos y electorales, se encuentran en la obligación de apoyar esos partidos para no perder la ayuda que reciben. En la jerga política, éste es el llamado “trabajo territorial” de los partidos.

Coincidencias
Muy similar es la mecánica de los dirigentes del movimiento piquetero, con la salvedad de que, en buena medida, sus punteros no surgen de estructuras políticas tradicionales sino de organizaciones que se hacen llamar “sociales”, aunque también participan de este movimiento militantes de partidos de izquierda, gremialistas del sector más combativo del aparato sindical y dirigentes de agrupaciones nacidas en la política universitaria.
La dirigencia de estas estructuras también hace su trabajo territorial, con epicentro en los barrios más pobres del conurbano bonaerense y en las periferias de las grandes ciudades. En las zonas más humildes, los dirigentes del movimiento piquetero organizan y conducen comedores infantiles, copas de leche, guarderías y “roperos comunitarios” en los que atienden necesidades básicas de las personas con mayores urgencias.
Esos emprendimientos son los que les permiten reclamar ante los gobiernos nacional y provinciales la adjudicación y la administración de los planes sociales. Los dirigentes manejan paquetes de subsidios que distribuyen entre los clientes de este sistema paralelo; un volumen de dinero del que obtienen los recursos para financiar el movimiento y sus acciones (movilizaciones, micros, etc.).
Si bien efectivamente el trabajo de estos punteros se traduce en beneficios para los habitantes de las barriadas más postergadas, la motivación no es puramente romántica: los dirigentes piqueteros también hacen política y construyen poder, se posicionan en el seno de estas organizaciones y se erigen como referentes de una contracultura que, a la luz de los últimos hechos, ya no se conforma con las reivindicaciones sociales sino que parecería pretender convertirse en una alternativa real de poder en el país.
Por eso, en parte, el movimiento piquetero no es inmune a una peste muy argentina: la interna. Cabría preguntarse por qué se pelean los que no tienen nada y luchan por conseguir al menos algo. El punto es que los dirigentes piqueteros tienen un botín por el que pelear.

Cuestión de origen
De todos modos, en el proceso de disgregación del movimiento piquetero también pesan los orígenes de sus máximos dirigentes. Seguramente no por casualidad, se da esta relación: a menor distancia de las estructuras políticas tradicionales, mayor disposición al diálogo con el poder institucional.
Luis D’Elía, el “piquetero oficialista” (una contradicción perturbadora) es un miembro de la política clásica. Militó en el peronismo, fue concejal por el Frente Grande y diputado provincial por su propio partido. Es decir que participó y participa del circuito oficial de la política y, por ende, comparte los códigos de la negociación.
Un paso hacia los bordes de ese sistema se ubica Néstor Pitrola, hoy parado en el medio del espinel piquetero. Es dirigente del Partido Obrero, una estructura de la izquierda radicalizada pero que participa de los mecanismos de la democracia (se presenta a elecciones, aunque proponga esquemas institucionales diferentes).
En el extremo del abanico aparece Raúl Castells, el referente del ala más dura del movimiento piquetero. Su figura tomó cuerpo entre los jubilados que, movilizados por Norma Plá, reclamaban haberes dignos al gobierno de Carlos Menem, y siempre se movió por fuera del circuito político-institucional formal. El diálogo y la negociación son herramientas ausentes en su manual de procedimientos.

Las bases
Siempre es sano separar la paja del trigo. Por debajo de las cúpulas, y dándoles sentido y sustento, está la enorme masa de argentinos excluidos, postergados y sufrientes. Aquéllos a los que el Estado les falló y los expulsó de su sistema de beneficios. Y que, además de haber encontrado en el movimiento piquetero un canal para acceder a mínimas garantías -o al menos expectativas- de supervivencia, hallaron también un continente, un espacio del que sentirse miembros. Antes, no eran parte de nada. Sólo del desamparo.

 

 


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