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Por Santiago POLITO BELMONTE
La Generación del 80, ya lo dijimos, primero elaboró e
impuso el modelo de país agroexportador (primordialmente a beneficio
de la oligarquía) y acto seguido estructuró el sistema
educativo al servicio de ese modelo, sancionando la Ley Avellaneda para
las universidades y la Ley 1420 para la enseñanza primaria. Con
la primera, el país tuvo los profesionales que necesitaba, formados
y acreditados mundialmente en la excelencia de sus respectivas especialidades
y no se nos diga que con ella la universidad había quedado restringida
estrictamente para los hijos de la oligarquía, porque en 1904,
el primer diputado socialista de América, elegido por la circunscripción
porteña de la Boca, el Dr. Alfredo Lorenzo Palacios, egresado
de la UBA, era hijo, nada más y nada menos, que de una simple
planchadora. Seguramente, en ese esquema tan oligárquico, seguramente
le deben haber regalado el título de abogado!!
Con la segunda, esa tan vilipendiada Generación, hizo homogénea
a la masa variopinta de los hijos de inmigrantes, para que aprendieran
a leer, a escribir y a contar, olvidados totalmente de los países
de los que provenían sus padres, pero conocedores a fondo de
la historia argentina oficial, con sus próceres y sus réprobos.
Claro que, maquiavélicamente, cerró para ellos el ingreso
a la universidad, salvo que, esforzadamente, fueran capaces de completar
la escuela primaria y más esforzadamente aun, los padres de esos
argentinos de primera generación se sacrificaran y consiguieran
hacerlos egresar del nivel secundario, soñando, padres e hijos,
con el título de doctor.
Paralelamente, colaborando con esas estructuras limitacionistas (asinus
dixit), los Hijos de Don Bosco crearon e hicieron florecer las escuelas
de artes y oficios con la aviesa intención de generar obreros
e impedirles el ingreso masivo a la universidad.
Eran otros tiempos... Qué tiempos aquellos!! Aun sin terminar
la primaria, sabiendo leer y escribir, era posible defenderse en la
vida desempeñando algún oficio manual y aquellos que egresaban
con un título secundario: bachiller, perito mercantil o maestra
normal nacional, bueno, estaban asegurados de por vida, incluso con
un status social envidiable. Ese esquema perduró hasta la quinta
década del Siglo XX, malgrado que en la década anterior
-la Infame, para algunos- la crisis internacional generara, en el mundo
y en la Argentina, millones de desocupados. Y los que arañando
lograban conservar un empleo nacional, bancario, ferroviario o en servicios
públicos, también estaban salvados, ya que al término
de su vida activa (a los 50 años) podían gozar de una
razonable jubilación. El resto de los trabajadores: rurales,
del comercio y de la industria, eran poco menos que parias, sin jubilación,
sin obras sociales y raramente con vacaciones pagas.
Desde la Guerra Civil Española y su continuidad con la Segunda
Guerra Mundial, la necesidad de sustituir la importación de manufacturas
que ya no llegaban al país, generó el nacimiento de la
industria liviana, fundamentalmente textiles y electrodomésticos.
Ese fenómeno tuvo varios efectos colaterales: creció el
sindicalismo agremiado; con la llegada de Perón, los trabajadores
recibieron mejores salarios y el acceso a los beneficios sociales de
los que antes carecían; pero sobre todo, hubo plena ocupación
y, subsidiariamente, algo similar a lo que el aristócrata Platón
criticó en la época de Pericles: Hoy cualquiera manda
sus hijos al gramatista... porque la matrícula primaria explotó,
la secundaria creció paralelamente y el ingreso a la universidad
también. En una palabra, una realidad ideal: plena ocupación;
mejor distribución del ingreso; mejor calidad de vida y porcentajes
más altos de estudiantes en los tres niveles. Como contrapartida,
hubo que construir más escuelas y colegios (lo cual, se sabe,
habiendo fondos disponibles puede concretarse en menos de seis meses)
y simultáneamente hubo que ampliar el número de cátedras
(lo cual, aun improvisando, insume no menos de tres o cuatro años
para formar a los docentes necesarios). Explicablemente, esa explosión
acelerada, resintió al sistema no obstante lo cual, de toda Sudamérica
llegaban jóvenes para estudiar en las universidades argentinas
(por sus niveles de excelencia y su gratuidad).
Parodiando a Hemingway, podría decirse que: La Argentina era
una fiesta... Se creó un sistema educativo paralelo, (dependiente
del Ministerio de Trabajo y Previsión) con la escuela-fábrica
para formar obreros en las distintas especialidades que necesitaba la
industria, y para sus egresados se creó más tarde la O.U.N.
(Universidad Obrera Nacional que después de 1955 se convirtió
en la (U.T.N.) Universidad Tecnológica Nacional). En ese entonces,
con cualquier título secundario, el egresado tenía asegurado
un buen empleo de por vida y con un simple título universitario
de grado (los de posgrado existían pero no eran imprescindibles)
se accedía a otros niveles sociales. Consecuentemente, con plena
ocupación y con un porcentaje razonable de deserciones, los niños
y los adolescentes estaban donde debieran estar en todo tiempo: en las
escuelas o en los colegios. Pero aun aquellos que no terminaban sus
estudios, podían trabajar. De hecho, en esos tiempos, las posibilidades
eran: estudiar o trabajar. Igual que hoy ¿No es cierto? En una
próxima nota, Deo Volente, trataremos de analizar las razones
actuales de la deserción escolar convencidos de que lo primero
que hace falta para encarar la solución de un problema es conocer
los orígenes del problema. (*) Profesor. Miembro
de la Junta de Estudios Históricos. |
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