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Por Darío D’Atri |
Buenos Aires (Corresponsalía) >
Sólo el espanto es el medioambiente en el que la dirigencia
política argentina ha demostrado cierta mínima capacidad
para generar políticas de Estado. Ahora, aparentemente lejos
del terremoto social, económico y político que asoló
durante 2001 y 2002 a la Argentina, la clase política vuelve
a mostrar un alarmante grado de parálisis respecto de la
principal demanda de la sociedad argentina: poner en marcha de una
buena vez políticas de Estado de largo aliento, que permitan
recuperar mínimos grados de dignidad en la distribución
de la riqueza, reconstruir un anémico aparato industrial
y garantizar a la mayoría los derechos que la democracia
conlleva.
Ni el presidente Néstor Kirchner, ni los principales dirigentes
del peronismo han sido capaces en los últimos meses de romper
el círculo casi patético de la puja descarada por
el poder.
El primer mandatario en nombre de una nueva forma de hacer política,
y el peronismo no kirchnerista desde la teóricamente antitética
postura de defensa del poder del partido y de cada caudillo en su
distrito, ambos han caído sistemáticamente en el peor
de los pecados de un político: dar la espalda a los intereses
genuinos de la gente.
Poder
No hay forma de disfrazar de otra cosa la interminable escalada
entre Duhalde y Kirchner.
Aunque desde la óptica presidencial sea incuestionable la
necesidad política de diluir el enorme poder que detenta
el caudillo bonaerense, la realidad es que el costo de esa puja
se ha ido convirtiendo con el correr de los meses en la principal
sombra que se cierne sobre la gestión del santacruceño.
No hay que retroceder mucho en el tiempo para medir las consecuencias
nefastas de enfrentamientos de cúpulas dentro de un mismo
partido o agrupación.
La crisis del 2001 se gestó en la disputa sin retorno dentro
de la Alianza entre Fernando de la Rúa y Carlos «Chacho»
Álvarez; y la guerra sin fin entre Carlos Menem y Eduardo
Duhalde generó el microclima para que Argentina cayera en
una parálisis económica e institucional desde fines
de 1997.
Capacidad
Ahora, aunque los vientos económicos soplen a favor, no hay
que subestimar la enorme capacidad de contagio que posee la pugna
autodestructiva de dos poderosos como Duhalde y Kirchner, cruzados
en una guerra que hasta ahora era velada.
Al cabo de diez días de enfrentamientos entre el gobierno
nacional y la administración bonaerense de Felipe Solá,
apalancada en el fenomenal apoyo de la tropa duhaldista y del propio
Eduardo Duhalde, el presidente Kirchner decidió levantar
el pie del acelerador y enviar el último jueves ciertas señales
de distensión.
Estas señales no significan que se haya llegado a un acuerdo
definitivo en la pugna por los fondos de la coparticipación,
sino que hay condiciones coyunturales que hacen más conveniente
un freno temporal de la pelea de fondo.
La misma actitud tomó Duhalde desde Canadá, aunque
el mismo día que ordenó parar la atropellada contra
Kirchner se publicaron declaraciones suyas anteriores, formuladas
a la revista «Noticias», en donde enciende todas las
mechas del polvorín anti K. Es, hay que decirlo, una tregua
para recomponer fuerzas.
Obligación
El gobierno está obligado a mostrar cierta prolijidad durante
las próximas semanas, debido a la siempre incomoda visita
de la misión del FMI, que arriba hoy al país para
fiscalizar las metas del tercer tramo del acuerdo stand by entre
la Argentina y el Fondo.
Sin embargo, nadie, adentro o afuera, se engaña con el maquillaje
de los enemigos, y comienzan a mostrar signos de preocupación.
El viernes ultimo el influyente diario económico «The
Wall Street Journal» dedicó un extenso artículo
a la pelea entre Kirchner, Solá y Duhalde, y advirtió
que “la pelea entre Kirchner, Solá y Duhalde implica
que el gobierno probablemente no pueda aprobar la ley de coparticipación”,
un tema que el FMI y el G-7 ubican en idéntico lugar de importancia
que la salida del default.
Gobernabilidad
La pelea entre Duhalde y Kirchner, en la cual Solá ha vuelto
a quedar atrapado y sin salida, preocupa tanto en la medida en que
afecta la gobernabilidad (es un dato importante analizar la incapacidad
del oficialismo, el ultimo miércoles, de tratar en Diputados
el envío de tropas a Haití), como por su impacto potencial
en la recuperación económica.
Fronteras afuera, la profundización de la disputa K vs. D
no hace sino complicar la negociación con los acreedores
defaulteados, quienes ven que la falta de cohesión del partido
oficialista puede acabar frenando, una vez más, la buena
performance de la economía y, en consecuencia, la sustentabilidad
del plan de pagos que el gobierno acaba de proponer a los acreedores
defaulteados.
La repentina alianza que el gobierno nacional hilvanó esta
semana con el grueso de los gobernadores, más aunados por
sus tradicionales enfrentamientos económicos con Buenos Aires
que por afinidad política con Kirchner, tiene visos de oportunismo
de ambas partes, de lo cual no puede desprenderse por ahora margen
suficiente para imaginar un respaldo constante al Presidente traducido
en el Congreso y dentro del justicialismo.
Posibilidades
Aunque hay gobernadores que legítimamente creen en la posibilidad
de tejer con Kirchner un acuerdo del cual sacar provecho económico
para sus estados y ganar protagonismo en la cancha grande de la
política nacional, la mayoría asistió a las
ceremonias de la Casa Rosada con un espíritu de duda.
Objetivos
Kirchner –lo dicen sus colaboradores más cercanos-
ha decidido aprovechar ahora el enorme capital político acumulado
entre la gente, para apuntar de lleno al corazón duhaldista.
El Presidente tiene a su favor el enorme rechazo que generan las
figuras tradicionales del peronismo, y parece decidido a no prolongar
por tiempo indefinido el resquemor que genera a su gobierno la sombra
constante de Eduardo Duhalde.
El primer mandatario sabe que nada bueno puede nacer de la repetición
de la guerra eterna que libraron en su tiempo Menem y Duhalde, pero
también reconoce que aquella pugna terminó favoreciendo
al caudillo bonaerense, dueño de un aparato capaz de torcer
el brazo aún a la propia Casa Rosada.
Esquema
De allí que el presidente Néstor Kirchner haya hilvanado,
apenas en cinco días, la genética de potenciales alianzas
políticas con antiguos enemigos del justicialismo –los
gobernadores-, con quienes construir un muro que sirva para sitiar
el poder de los bonaerenses, que por el momento no exhibe fisuras. |