¿Es posible que un legislador cualquiera
de cualquier rincón del país no quede de espaldas a
la ciudadanía que lo votó si se da el lujo de rechazar
ligeramente un proyecto de ley cuya aprobación derivará
en fuertes beneficios económicos para su provincia? ¿Cómo
lograr que el libre juego de la política entre gobierno y oposición
no genere altos costos para una sociedad cada vez más demandante
y necesitada de soluciones a sus acuciantes problemas? ¿Cómo
hacer para transitar correctamente la delgada línea que separa
lo que es un natural estado de oposición del constante rechazo
a todo, de la negativa por la negativa misma?
* * *
Entre los sentimientos que despertó el proyecto de ley de
hidrocarburos que Sobisch elevó a la Legislatura, seguramente
están esos interrogantes y no sólo en la mente de
la clase dirigente neuquina, sino también en muchos ciudadanos
de a pie que durante la semana asistieron a las reacciones que el
hecho generó en el arco político.
Sobisch quiere duplicar y algo más los 68 centavos de dólar
que la provincia recibe por millón de BTU. De lograrlo, y
por decirlo sin tecnicismos, Neuquén empezaría a compensar
la pérdida de casi 400 millones de pesos que le produjo la
Ley de Emergencia Económica de 2002, dictada durante la presidencia
de Eduardo Duhalde.
En buen romance, Sobisch quiere dejar en claro, y por medio de una
ley, que los hidrocarburos líquidos y gaseosos que hay en
la provincia son de propiedad del Estado de Neuquén. Que
no es lo mismo que decir que son del gobierno de Neuquén,
como el marasmo político lo hace aparecer.
¿Puede un mandatario dejar de bregar por algo que a todas
luces es altamente beneficioso para su provincia? Salir a la calle
a consultar a la gente es tan ocioso como preguntar si se siente
calor en un lugar donde hay 50 grados a la sombra.
* * *
Sobisch apoyó su iniciativa en el artículo
de la Constitución Nacional que dice que «corresponde
a las provincias el dominio originario de los recursos naturales
existentes en su territorio».
Como argumento político, recordó que más de
una vez, siendo gobernador de Santa Cruz, el hoy presidente Kirchner
reivindicó los derechos de las provincias sobre sus recursos
naturales. ¿Fue una chicana? Quien quiera tomarlo así
tiene derecho, pero lo innegable es que Kirchner dijo lo que dijo.
Como se sabe, Sobisch no necesita más que de los votos de
su propio partido para ver convertido en ley su proyecto, pero ello
no resta importancia a la actitud del arco opositor, sino todo lo
contrario, pues la sociedad tendrá la oportunidad de ver
de qué manera la oposición ejerce su rol.
Están por un lado el apoyo del menemismo y del único
diputado radical, Marcelo Inaudi. En una postura intermedia parece
ubicarse el bloque del PJ, que apoya con reparos, y, en el otro
extremo, la negativa del ARI, que preside Carlos Moraña.
Todas las posiciones son respetables si están fundamentadas
en aspectos técnicos, constitucionales o de interés
nacional, como podría ser la idea de que prevalezca una ley
nacional de hidrocarburos.
Lo que llama la atención es que en algún sector de
la oposición pueda aparecer la tentación del rechazo
por el rechazo mismo.
Sólo Sobisch y su círculo más íntimo
saben si, a través de esta apuesta, el gobernador busca profundizar
su idea de convertirse en uno de los líderes del interior
que pueda ser alternativa ante un eventual fracaso de la administración
Kirchner.
Pero, aunque así sea, está claro, como lo admitió
el ex secretario de Energía Daniel Montamat, que debía
dar el paso que dio en aras de permitirle a su provincia recuperar
privilegios que le corresponden por derecho propio.
Ignorar esto, subordinar el tema del petróleo y del gas a
entuertos políticos y a supuestas conspiraciones contra Kirchner,
es ponerse de espaldas a la sociedad.
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