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Miguel Abuelo, la botella, la moneda y las canciones
NEUQUEN.- Hoy se cumplen 15 años de la muerte de Miguel Abuelo. Si hubiera que sacar a relucir un pensamiento profundo hoy, en esta fecha tan exacta, este cronista elegiría una anécdota, que puede ser ficticia, o tal vez no. Vamos por parte.
Esta es la parte verídica: era la Fiesta de la Primavera y el Estudiante de 1986 en el camping municipal de Plottier. La periodista Laura Plaza, animadora del festival, se cansaba de decir por el micrófono: «chicos, si no se quedan un poco quietos, no comienza el recital». Los pibes, alterados de tanta alegría conventillera (por no poner «bardo barato»), no paraban de entonar cánticos que ponían en tela de juicio la sexualidad de Miguel Abuelo, un homosexual confeso. Es decir: bardo barato.
Los ánimos se aplacaron por un instante y Miguel Abuelo subió al escenario con su banda para presentar el material de su trovadorístico álbum solista «Buen día, día». El impacto fue fuerte, como un misilazo de provocación, de esos que Miguel adoraba lanzar cada vez que consideraba que había que hacerlo: el tipo subió a cantar vestido mitad de hombre y mitad de mujer. Era la primavera alfonsinista y las libertades artísticas se expresaban así: a lo bruto, a grito pelado.
La reacción no tardó en llegar, algún homofóbico -de esos que nunca faltan- le tiró un botellazo que le pasó por al lado del hombro derecho y estalló, en un pequeño volcán de vidrios y restos de vino, contra el bombo de la batería.
Miguel quiso seguir tocando, pero la organización le sugirió que parara por cinco minutos, lo hizo, pero a los cinco minutos volvió y cantó de una forma absolutamente amanerada el resto de su set.
Abuelo estaba acostumbrado a la pavada generalizada, en 1983, en el por ese entonces mega masivo festival cordobés de La Falda, recibió en plena mejilla una de esas pesadas monedas de $500 ley. En aquella oportunidad nadie le gritó puto, pero el que le tiró la moneda -como las decenas de insultadores de la primera fila- no estaban de acuerdo con la onda new wave que los nuevos Abuelos de la Nada venían a imponer en los escenarios argentinos. Con la mejilla sangrando -como un Poirrot fatal, hijo de un país sebado- Abuelo cantó, y revoleó sus lentejuelas aquí y allá. El era así.

Algún día
Miguel Peralta, así se llamaba, dicen que sacó su seudónimo de una frase de ese gigantesco escritor que fue Leopoldo Marechal: «Algún día tendré que llamarlo a usted, Padre de los Piojos y Abuelo de la Nada». Nunca lo certificó, pero se la pasaba hablando de Marechal.
Las paradojas de la vida son infinitas: Los Abuelos de la Nada nacieron de una mentira pergeñada por Miguel. Una tarde de 1967 se presentó -junto al periodista Pipo Lernoud- frente al productor Ben Molar en las oficinas de la discográfica Fermata diciendo que tenía una banda que se llamaba Los Abuelos de la Nada. Está de más decirlo, pero no la tenía.
Cuando Lernoud le quiso hacer notar del brete en el que se habían metido, Abuelo le dijo con una sonrisa: «no te preocupes Pipo, vamos a Plaza Francia y encontramos a todos los músicos del grupo». Así era Abuelo.
Después armó un seleccionado con músicos como Claudio Gabis, Kubero Diaz, Pappo, Miguel Cantilo y Jorge Pinchevsky, entre otros. Luego se fue a Europa para volver recién con el regreso de la democracia al país y escribir todas esas canciones que hoy son el mito.
Y ahora el final de la historia, que podría -o no- ser el ficticio: ¿Qué pasará por la cabeza de ese hombre que en 1986 era un joven al pensar en la botella que le arrojó a uno de los poetas de espíritu más libre de la Argentina?, ¿le contará la anécdota con la humildad de quien sabe que se equivocó a sus hijos, o -en silencio de tumba- cerrará los ojos y volverá a ver ese botellazo en cámara lenta una y otra vez?.
Miguel, desde los discos, contará una y otra vez esas maravillosas maneras de ver la vida implícitas en sus canciones. ¿Los de la botella y la moneda, tendrán algo para agregar? Detrás del silencio de la intolerancia suena una y otra vez esos épicos versos que dicen: «Sobre la palma de mi lengua, vive el himno de mi corazón. Siento la alianza más perfecta que en justicia me une a vos...». (F.B.).
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