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Por Lucas Guevara
y Rosana Süther |
Después de enero de 1950 la industria textil,
que lentamente venía desarrollándose desde 1917, simplemente
dejó de funcionar. Con el tiempo, los restos enmohecidos
del telar hidráulico pasaron a decorar la flamante sala «Juan
Benigar» del Museo Regional Daniel Gatica de la localidad
de Aluminé, junto con algunos retazos de la tela que había
producido. Tela que supo constituir los mejores trajes de «corte
inglés» de la Sastrería Harrods de Buenos Aires.
Labor científica
Juan Benigar realizó diversos estudios. Del inventario crítico
de sus libretas inéditas surge que estudió los siguientes
temas: conocimiento científico y/o filosófico; creencias
religiosas; política; problemas sociales; industrias; tierras;
lingüística; lenguas indoeuropeas, fino-ugrianas, indo-chinas,
lenguas de Asia y Europa; lenguas argentinas fueguinas, del centro
argentino, del norte andino, del norte litoraleño, patagónicas;
lenguas centroamericanas; historia americana; usos y costumbres
aborígenes; etc.; entre otros.
En 1904-1905 publicó en idioma croata la gramática
búlgara, así como artículos diversos sobre
su patria y otros dedicados «a la juventud». Juan Benigar
hablaba catorce idiomas y mantenía correspondencia en casi
todos los idiomas. En 1924-1929 publicó en la colección
de la Junta de Historia y Numismática Argentina (actual Academia
Nacional de Historia). Estudió sobre el «tiempo en
la raza araucana, idea de espacio y razón de ser entre araucanos».
Escribió el estudio «Crítica sobre el trabajo
de Tomás Falkner: Descripción de la Patagonia»;
y publicó «Calvario de una raza» en la Editorial
Biblos de la ciudad de Azul. En diarios locales como «La Voz
del Territorio» de Zapala publicó: «Los chinos
y japoneses en América». Además publicó
«El problema del hombre americano». Denunció
diariamente los problemas que acuciaban al pueblo que lo había
acogido. En reiteradas oportunidades hizo el sabio mención
a lo difícil que le resultaba dedicarse al estudio, en las
condiciones en que se le presentaba la vida, compartiendo la suerte
de las comunidades indígenas con las que convivió.
En una carta de 1928 dirigida al Sr. Arturo Costa Alvarez, de La
Plata, comentaba: «...Para seguir mis estudios estoy sacrificando
nuestro bienestar material, porque con las horas que les dedico,
bien pudiera ganarme algún peso con cualquier trabajo. Eso
está bien, porque mi mujer y mis hijos lo aprueban. Pero
no está bien verse envuelto en dificultades, como consecuencia
de estudios...» Félix San Martín, en oportunidad
de presentar unos trabajos de Juan Benigar ante la Junta de Historia
y Numismática Americana, el 27 de septiembre de 1924, expresaba:
«... Con un desprendimiento que le enaltece ha ido comunicándome
sus hallazgos en el vasto campo de sus investigaciones, obligándome
a ser depositario de un tesoro de tal valor que ya pesa demasiado
para mi responsabilidad. Pero si la obra de este trabajador infatigable
vale por los frutos que de ella recogerá la ciencia, tiene
también una significación especialísima por
las condiciones en que ella se realiza: sólo un espíritu
superior pudo haber aceptado la vida en la forma que Benigar vive
la suya. Luchando con la miseria en un medio hostil, sin ningún
estímulo exterior, desconocido hasta por sus coterráneos,
ha ido acumulando, paciente e inteligentemente en más de
quince años de labor silenciosa y tesonera, un material científico
enorme. No sé qué admirar más, si su sorprendente
capacidad para este género de estudios, o su fuerte ser moral...».
El legado de Juan Benigar
En 1983, se dio cumplimiento a la cláusula testamentaria
que indicaba la voluntad de Don Juan de ser enterrado «cajón
con cajón» con su segunda esposa Rosario Peña
y con su primera y amada Sheypuquiñ, que yacía en
un casi olvidado cementerio indígena. Para eso fue necesario
el traslado de los restos de ésta última hasta su
morada final, ubicada a la derecha de Benigar, en el cementerio
de Aluminé. En ese mismo acto, los restos del telar fueron
devueltos a la casa de Poi Pucón y archivados hasta un futuro
que se pensaba venturoso para este conjunto de piezas de madera
y metal. Lo que quedaba del telar, poco después, se consumió
en el fuego, junto con el banquito sobre el cual escribía
por las noches su constructor, quedando de él solo el recuerdo
de los que lo supieron utilizar, y algunos diseños de piezas
y componentes esbozados en lápiz negro sobre hojas sueltas
de papel.
Las libretas
Los manuscritos, aún inéditos, y el corpus documental
que los acompañaban, no tuvieron mejor suerte. La cláusula
séptima de sus «últimas disposiciones»
versa que: «...La biblioteca, en la cual hay algunos libros
de mucho valor, que se quede como está, salvo la ordenación
y limpieza necesarias para que sirva a todos los hijos y nietos,
sin permiso de sacar los libros a domicilio salvo por tiempo limitado
con constancia y promesa de devolución por escrito. Mis papeles
se ordenen y encajonen hasta que aparezca algún estudioso
de la familia capaz de aprovecharlos...».
Lamentablemente su voluntad no fue respetada. Poco después
de su deceso, la por entonces encargada del Museo Regional Daniel
Gatica, se apersonó con un juez de Paz en Poi Pucón,
retirando el material, manuscritos y biblioteca, esgrimiendo una
inexistente donación al antes mencionado museo, registrada
con su propio puño y letra. El destino fue, en cambio, su
domicilio particular. Ambrosio Benigar, narraba así este
delito: «...En la estancia de Alloso había un montón
de libros (libretas de Benigar) que juntaron que rechazó,
que no servía. Qué no iba a servir, todo servía.
Hasta el último papel servía. Para algo lo tenía
guardado el señor papá. Porque él tenía
tan ordenaditas las cosas, hubiera luz o no hubiera luz, él
iba a buscar un libro, sabía donde lo tenía y lo sacaba.
De lo oscuro, sin alumbrarse nada. Cualquier libro que le pedían,
él iba y sabía donde lo tenía...».
El rescate
Finalmente, en el año 1977, la Directora del museo, Sra.
Susana Cayuela de Uez recupera el material. El 10 de Enero de 1983,
Mirta Raggio es designada depositaria legal de los manuscritos,
siendo la biblioteca depositada en la Universidad Nacional del Comahue
en su Biblioteca Central. El profesor Rodolfo Casamiquela realizó
en dos etapas un estudio diagnóstico de los manuscritos invitado
por el Archivo Histórico Provincial. Luego de infructuosos
intentos por descifrar la taquigrafía personal del sabio
croata, para lo cual incluso se requirió la colaboración
de la Sociedad Taquigráfica Argentina, la Lic. Lidia Bruno,
gracias al apoyo de la CONICET, logró su decodificación,
con lo cual se abrió la posibilidad de acceder al contenido
de muchos escritos que así estaban registrados. En 1995,
la Lic. Lidia Bruno y la Lic. Mirta H. Serafini, gracias nuevamente
al financiamiento de la CONICET, terminaron para su publicación,
pendiente aún, el «Inventario Crítico de las
Libretas Inéditas de Juan Benigar». Los manuscritos,
conjunto de cuadernos; hojas sueltas, algunas mecanografiadas; y
libretas con encuadernación artesanal; cuyo sustento se encuentra
muy deteriorado por el paso del tiempo - recordemos que han estado
enterradas, han sobrevivido incendios, etc. -, han sido escritas
en lápiz negro, lápiz tinta, y en ocasiones, tinta
lavable corrompida por la humedad; por lo tanto, con evidente peligro
para su integridad; esperan hoy un proceso de digitalización
que permitirá a investigadores de todas las ramas de la ciencia
su consulta y deleite.
¿Por qué la Patagonia?
Sobre el fundamento de la presencia del croata Juan Benigar en
estas tierras, varias han sido las versiones: El diario Clarín
del 3 de marzo de 1997 publicaba que «... el hombre resultó
ser un teósofo que buscaba la tierra de Lemuria, uno de los
fragmentos que se esparcieron por el mundo cuando, según
los místicos, estalló el universo...». Su hijo
Alejandro Mañqué en cambio, dice que su padre vino
a la Patagonia «a conquistar a los indios». «...él
se vino a la Argentina porque había leído un libro
de que Neuquén y Río Negro, así la Patagonia,
no estaba conquistado todavía por los argentinos, sino que
eran indígenas todos, y él vino con la idea de conquistar
a los indios y ser el rey de los indígenas ¿me entiende?
No sé si estará escrito eso. Pero eso era la idea
de él. Pero cuando llegó ya estaba todo conquistado...
no era cierto lo que había leído...».
Carlos Ortiz, apoderado de la familia Benigar, afirma que el sabio
vino a estas tierras al anoticiarse en un diario europeo que los
indígenas de la Patagonia estaban extinguiéndose:
«...hay una versión que él cuando está
estudiando en Praga, creo que es, por allí encuentra un artículo
en un diario, eh... , aparece que se están exterminando los
aborígenes en la Patagonia, y que se empieza a preocupar
muchísimo, que no puede ser de que esta gente se termine
y que habría que hacer algo por ellos...».
El mismo Juan Benigar declaraba en septiembre de 1946: «El
que estas líneas escribe ha llegado a las tierras patagónicas
muy poco menos de cuatro decenios atrás. Son las tierras
que él libremente ha elegido para su segunda patria. A las
benditas soledades patagónicas de aquellos tiempos - más
solas que ahora - debe haber podido ordenar las ideas algo confusas
que trajo con su poco bagaje. Con ello obtuvo la base necesaria
para sus ulteriores meditaciones que nadan al margen de su dura
lucha con las adversas condiciones de la vida patagónica.
Nunca habría logrado eso en la turbulencia de las populosas
urbes ni en su patria de origen, torturada y sangrada hasta no más
en dos injustas guerras que no ha buscado. Por eso considérase
hijo espiritual de la Patagonia. Aquí en las tierras patagónicas
ha formado su hogar. Digo mal. Debí haber dicho: iba encendiendo
sus fogones. Porque son una ínfima minoría los patagónicos
tan felices que puedan decir: «aquí enciendo hoy mi
fuego, aquí moriré. Corridos de fogón a fogón,
nómades a nuestro pesar, enterramos un hijo malogrado aquí,
la mujer amada cien leguas más allá y los que quedamos
no sabemos en que enormes extensiones serán diseminados nuestros
restos. Ni soñar podemos que nuestros huesos y los de nuestros
queridos descansen unos al lado de otros para servir de punto de
reunión a nuestras desencarnadas almas. Quizás sea
esto un justo castigo para quienes, faltando a la tradición
milenaria para seguir tras ilusiones de la juventud, abandonamos
nuestros dioses familiares».
Benigar teósofo
La teosofía era parte esencial de la vida del sabio croata.
El mismo padre Salesiano José Peterlin, citado anteriormente,
lo afirmaba: «Ideológicamente era un adepto de la escuela
teosófica. Vivía como un asceta. Solo, muy modesto,
no buscaba los primeros puestos, no buscaba ser célebre...».
En la primera cláusula testamentaria, Juan Benigar, se refiere
a sus creencias teosóficas: «Que no se me ponga una
cruz, porque no soy cristiano, sino el signo teosófico: estrella
compuesta de dos triángulos equiláteros, rodeados
por una serpiente que se muerde la cola...».
La teosofía, es definida por un diccionario de filosofía
en los siguientes términos: «es literalmente el saber
de Dios, pero, a diferencia de la Teología propiamente dicha,
la Teosofía no es solamente una speculatio, sino también,
y muy especialmente la adopción de una forma de vida humana
con vistas al aprovechamiento de las fuerzas secretas e ignoradas
de su naturaleza mediante el ejercicio ascético, la meditación,
etc. La Teosofía pretende con ello alcanzar el saber vedado
a la mente; este saber se refiere generalmente a la divinidad en
su origen y desenvolvimiento, en su creación del universo
y del hombre, así como a la serie de encarnaciones y reencarnaciones
de las almas...».
Carlos Ortiz alegaba al respecto: «...hay una versión,
que andando, no me acuerdo en este momento, con una personalidad
ahí adentro del pueblo de Aluminé, andaban a caballo
los dos, por atrás de un cerro, y Don Juan dice: «en
otra época... yo he andado por aquí»; ellos
(los teósofos) creen en la reencarnación...».
La Sociedad Teosófica es una institución que se propone
infundir en sus discípulos grandes verdades morales. De ahí
procede su lema: No hay religión más alta que la verdad.
En términos similares Juan Benigar se dirigía a los
«jóvenes argentinos»: «Trabajad por amor
a las cosas, por amor a la verdad, no por amor a sí mismos.
Quien pueda salga a la campaña, entre los indios, donde se
hacen las mejores cosechas...».
(...)»Los mayores obstáculos se nos oponen al estudiar
la vida interna del indio, porque en ella hay cosas que no pueden
ser resueltas por una observación directa y objetiva, sino
sólo inferidas por nuestro entendimiento, todo menos perfecto
(...) Esta dificultad queda aún después de vencidos
los obstáculos de la lengua, que es la ventana por donde
se asoma el alma de cada pueblo. Su conocimiento es indispensable
para quien desea interpretar fielmente esa alma.»
Benigar y el poder
La relación de Don Juan con el poder era bastante conflictiva.
Benigar siempre fue jornalero, o arrendatario, cuentapropista la
más de las veces. Como trabajador rural, contaba con grandes
habilidades y conocimientos sobre agricultura, ganadería,
construcción, ¡ingeniería!, en suma sobre casi
cualquier cosa. Su salario, era un tanto superior por ello, con
respecto a otros peones rurales. Él cobraba un poco más
que los 40 ó 50 pesos al mes que obtenía cualquier
otro peón rural. Como hombre de ciencia, era casi un perfecto
desconocido. Salvo círculos muy íntimos de intercambio
epistolar, como el caso de Félix San Martín, u otros
investigadores de las más diversas ramas, y sus muy ocasionales
visitantes de Buenos Aires, Benigar no tenía un lugar muy
destacado en el campo científico. Esto se debía quizás
al hecho de que, económicamente eran prohibitivos los gastos
necesarios para presentar sus ideas en las tribunas científicas
de la Capital. Como miembro adoptivo de la comunidad mapuche, era
apoyado por los indígenas en sus investigaciones sobre lengua
y cultura. A la vez era muy reconocido por su infatigable defensa
de sus intereses comunitarios. En suma, era un personaje que «no
cabía en ninguna estadística», en otras palabras,
que no pertenecía a su «clase», cualquiera que
ésta fuese. Era alguien que se hacía escuchar en los
más altos estrados del poder, mediante correspondencia, artículos
en la prensa, o cualquier otro medio a su alcance. Pero por la otra,
era muy temido y, quizá, muy odiado por intereses contrarios.
De esto era muy consciente Benigar. En un artículo publicado
en el semanario Neuquén decía así: «...
Llegó el tiempo de contrariedades, a pesar de que los escritos
no eran revolucionarios, pero la verdad lastima, es dura cuando
a alguien desagrada. Lo que puede ser para un juez exigente, inocente
o justo, puede ser para otros señores un crimen. Por eso
estimé injusto exponer el pan diario de mi numerosa familia,
sin poder hacer un bien a alguien. Por eso interrumpí la
publicación a la espera de tiempos mejores. Archivé
los textos con el fin de no meterme más en los asuntos públicos,
consagrándome al estudio. Me resultó amarga la pérdida
del tiempo precioso y que no pude ayudar a mis compatriotas patagónicos.
Tengo edad. Lo único que puedo ofrecer son mis ideas y nada
más. Sembrar ideas es trabajo de un soñador, a veces
peligroso para ellos mismos. Idea no da fruto si tiene en oposición
el egoísmo y la falta de apoyo de un grupo fuerte... y nosotros,
pobres en Patagonia, ¿qué podemos hacer?...».
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